ESPÍRITU SANTO

I. La obra del Espíritu Santo
II. Recibir el Espíritu Santo

I. La obra del Espíritu Santo

Pero yo os digo la verdad: Os conviene que yo me vaya; porque si no me fuera, el Consolador no vendría a ustedes; mas si me fuere, os lo enviaré. Y cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio. Juan 16:7-8

Pero cuando venga el Espíritu de verdad, él os guiará a toda la verdad; porque no hablará por su propia cuenta, sino que hablará todo lo que oyere, y os hará saber las cosas que habrán de venir. Juan 16:13

No apaguéis al Espíritu. 1 Tesalonicenses 5:19

No aflijas al Espíritu Santo que mora en ti, para que no suceda que interceda a Dios [contra ti] y se aparte de ti. Hermas (150 d.C.)

El Espíritu Santo reprende a los hombres porque habiendo sido creados impasibles e inmortales a semejanza de Dios con tal de que guardaran sus mandamientos, y habiéndoles Dios concedido el honor de llamarse hijos suyos, ellos, por querer asemejarse a Adán y a Eva, se procuran a sí mismos la muerte. Justino Mártir (160 d.C.)

Por los profetas Dios había prometido que lo derramaría (su Espíritu Santo) en los últimos tiempos sobre sus siervos y siervas, para que profeticen. Por eso también descendió sobre el Hijo de Dios hecho Hijo del Hombre, para acostumbrarse a habitar con él en el género humano, a descansar en los hombres y a morar en la criatura de Dios, obrando en ellos la voluntad del Padre y renovándolos de hombre viejo a nuevo en Cristo. Ireneo (180 d.C.)

Por medio del Espíritu se dejó ver proféticamente; por medio del Hijo se dejó ver según la adopción; se hará ver según su paternidad en el reino de los cielos: el Espíritu prepara al hombre para el Hijo de Dios, el Hijo lo conduce al Padre, el Padre concede la incorrupción para la vida eterna. Ireneo (180 d.C.)

Así se revelaba Dios: pues por todas estas cosas el Padre se manifiesta, por medio de la obra del Espíritu, el ministerio del Hijo y la aprobación del Padre, perfeccionando así al hombre en vista de su salvación. Ireneo (180 d.C.)

El Espíritu de Dios anunció el futuro mediante los profetas, preparándonos y moldeándonos para que fuésemos súbditos de Dios; pues había de suceder que el hombre, por buena voluntad del Espíritu Santo, contemplase (a Dios). Ireneo (180 d.C.)

Dios, les dio el don del Espíritu que nos vivifica. Ireneo (180 d.C.)

Ahora recibimos alguna parte de su Espíritu, para perfeccionar y preparar la incorrupción, acostumbrándonos poco a poco a comprender y a portar a Dios. El apóstol lo llamó prenda (es decir, parte de la gloria que Dios nos ha prometido), cuando dijo en la epístola a los Efesios: “En él también ustedes, escuchada la palabra de la verdad, el evangelio de su salvación, creyendo en él han sido sellados con el Espíritu Santo de la promesa, que es prenda de nuestra herencia.” Ireneo (180 d.C.)

Espíritu que está dispuesto como un estímulo, con la debilidad de la carne, por fuerza y absolutamente lo fuerte superará lo débil, de manera que la fortaleza del Espíritu absorberá la debilidad de la carne; y así, el que era carnal, ya no seguirá siéndolo, sino que se convertirá en espiritual, por la comunicación del Espíritu. De este modo los mártires dieron testimonio y despreciaron la muerte, no según la debilidad de la carne, sino según lo que estaba dispuesto de su espíritu. Pues absorbida la debilidad de la carne, manifestó la potencia del Espíritu: y el Espíritu, al absorber la debilidad, posee la carne como su herencia. Ireneo (180 d.C.)

También sobre el Espíritu Santo, porque fue el mismo que estuvo en los patriarcas y profetas y que luego fue dado a los apóstoles. Orígenes (225 d.C.)

Debemos entender que el Espíritu Santo nos enseña verdades que no se pueden expresar con palabras. Orígenes (248 d.C.)

El Espíritu Santo también se llama ‘paracleto’. Se nombra así por su obra de consolación. Porque la palabra ‘paracleto’ en latín equivale a ‘consolación’, porque cualquiera que es digno de participar del Espíritu Santo, sin duda, alcanza consuelo y gozo de corazón. Orígenes (248 d.C.)

II. Recibir el Espíritu Santo

Si me amáis, guardad mis mandamientos. Y yo rogaré al Padre, y os dará otro Consolador, para que esté con ustedes para siempre. Juan 14:15

De esto somos testigos nosotros, y también lo es el Espíritu Santo, que Dios ha dado a los que le obedecen. Hechos 5:32

Además, había caído sobre todos ustedes un copioso derramamiento del Espíritu Santo; y, estando llenos de santo consejo, en celo excelente y piadosa confianza, extendían las manos al Dios Todopoderoso, suplicándole que les fuera propicio, en caso de que, sin querer, cometieran algún pecado. Clemente de Roma (30-100 d.C.)

Ahora bien, siendo la iglesia espiritual, fue manifestada en la carne de Cristo, con lo cual nos mostró que, si alguno de nosotros la guarda en la carne y no la contamina, la recibirá de nuevo en el Espíritu Santo; porque esta carne es la contrapartida y copia del espíritu. Ningún hombre que haya contaminado la copia, pues, recibirá el original como porción suya. Esto es, pues, lo que Él quiere decir, hermanos: Guarden la carne para que puedan participar del Espíritu. Pero si decimos que la carne es la iglesia y el Espíritu es Cristo, entonces el que haya obrado de modo inexcusable con la carne ha obrado de modo inexcusable con la iglesia. Este, pues, no participará del espíritu, que es Cristo. Tan excelente es la vida y la inmortalidad que esta carne puede recibir como su porción si el Espíritu Santo va unido a ella. Segunda de Clemente (150 d.C.)

“Sé paciente y entendido,” dijo, “y tendrás dominio sobre todo lo malo, y obrarás toda justicia. Porque si eres sufrido, el Espíritu Santo que habita en ti será puro, no siendo oscurecido por ningún espíritu malo, sino que residiendo en un gran aposento se regocijará y alegrará con el vaso en que reside, y servirá a Dios con mucha alegría, teniendo prosperidad. Pero si sobreviene irascibilidad, al punto el Espíritu Santo, siendo delicado, es puesto en estrechez, no teniendo [el] lugar despejado, y procura retirarse del lugar porque es ahogado por el mal espíritu, y no tiene espacio para ministrar para el Señor como desea, ya que es contaminado por el temperamento irascible. Porque el Señor mora en la longanimidad, pero el diablo en la irascibilidad. Así pues, que los dos espíritus habiten juntos es inconveniente, y malo para el hombre en el cual residen… Porque cuando todos estos espíritus residen en un vaso en que reside también el Espíritu Santo, este vaso no puede contenerlos, sino que rebosa. El espíritu delicado, pues, no estando acostumbrado a residir con un espíritu malo, ni con aspereza, se aparta del hombre de esta clase, y procura residir en tranquilidad y calma. Entonces, cuando se ha apartado de aquel hombre en el cual reside, este hombre se queda vacío del espíritu justo, y a partir de entonces, siendo lleno de malos espíritus, es inestable en todas sus acciones, siendo arrastrado de acá para allá por los espíritus malos, y se ve del todo cegado y privado de sus buenas intenciones. Esto, pues, ha sucedido a todas las personas de temperamento irascible. Hermas (150 d.C.)

“¿Qué crees que te hará el Señor a ti, El, que te dio el espíritu entero, y tú lo has dejado absolutamente inútil, de modo que no puede servir para nada a su Señor? Porque su utilidad se volvió inutilidad cuando tú lo echaste a perder. ¿No va, pues, el Señor de este espíritu a castigarte [a ti con la muerte] por este hecho?” “Ciertamente,” le dije, “a todos aquellos a quienes Él halla persistiendo en la malicia, Él los castigará.” Hermas (150 d.C.)

Por otra parte, el Espíritu de Dios no está en todos los hombres, sino sólo con algunos que viven justamente, en cuya alma se hace presente y con la cual se abraza y por cuyo medio, con predicciones, anuncia a las demás almas lo que está escondido. Las que obedecen a la sabiduría, atraen a sí mismas el espíritu que les es congénito; pero las que no obedecen y rechazan al que es servidor del Dios que ha subido, lejos de mostrarse piadosas se muestran más bien como almas que hacen la guerra a Dios. Taciano (160 d.C.)

Para ello el Señor prometió que enviaría al Paracleto que nos acercase a Dios. Pues, así como del trigo seco no puede hacerse ni una sola masa ni un solo pan, sin algo de humedad, así tampoco nosotros, siendo muchos, podíamos hacernos uno en Cristo Jesús, sin el agua que proviene del cielo. Y así como si el agua no cae la tierra árida no fructifica, así tampoco nosotros, siendo un leño seco, nunca daríamos fruto para la vida, si no se nos enviase de los cielos la lluvia gratuita. Pues nuestros cuerpos recibieron la unidad por medio de la purificación (bautismal) para la incorrupción; y las almas la recibieron por el Espíritu. Por eso una y otro fueron necesarios, pues ambos nos llevan a la vida de Dios. Ireneo (180 d.C.)

Por eso Pablo dice a los corintios: “Les he alimentado con leche, no con pan, pues aún no podían digerirlo.” Quiere decir: han conocido la venida del Señor en cuanto hombre, pero aún no ha descansado en ustedes el Espíritu del Padre, dada nuestra debilidad. “Pues cuando hay envidia, discordia y disensiones entre ustedes, ¿no se muestran carnales y caminan según el hombre?. Es decir, el Espíritu del Padre aún no habitaba en ellos, debido a su imperfección y la debilidad de su conducta. El apóstol podía darles el alimento, pues todos aquellos a quienes los apóstoles imponían las manos recibían el Espíritu Santo, que es el alimento de la vida, pero ellos no eran capaces de recibirlo por su relación con Dios aún débil y sin ejercicio. Ireneo (180 d.C.)

Mas este Espíritu se une a la criatura al mezclarse con el alma; y así por la efusión del Espíritu, el hombre se hace perfecto y espiritual: y éste es el que ha sido hecho según la imagen y semejanza de Dios. Ireneo (180 d.C.)

De modo semejante los hombres, si por la fe se vuelven mejores y acogen el Espíritu de Dios, germinan como espirituales, como si hubiesen sido plantados en el paraíso. En cambio, si rechazan al Espíritu y perseveran en lo que eran antes, buscando más la carne que el Espíritu, entonces justamente se les aplica aquello: “La carne y la sangre no poseerán el reino de Dios.” Ireneo (180 d.C.)

Por eso el bautismo, nuestro nuevo nacimiento, tiene lugar por estos tres artículos, y nos concede renacer a Dios Padre por medio de su Hijo en el Espíritu Santo. Porque los portadores del Espíritu de Dios son conducidos al Verbo, esto es, al Hijo, que es quien los acoge y los presenta al Padre, y el Padre les regala la incorruptibilidad. Sin el Espíritu Santo es pues imposible ver el Verbo de Dios y sin el Hijo nadie puede acercarse al Padre, porque el Hijo es el conocimiento del padre y el conocimiento del Hijo se obtiene por medio del Espíritu Santo. Pero el Hijo, según la bondad del Padre, dispensa como ministro al Espíritu Santo a quien quiere y como el Padre quiere. Ireneo (180 d.C.)

Los discípulos… enseñando a los hombres el camino de la vida para apartarlos de los ídolos, de la fornicación y de la avaricia, purificando sus almas y sus cuerpos con el bautismo de agua y de Espíritu Santo, distribuyendo y suministrando a los creyentes este Espíritu Santo que habían recibido del Señor. Así instituyeron y fundaron esta iglesia. Ireneo (180 d.C.)

Así también nosotros, al recibir el bautismo, nos desembarazamos de los pecados que, cual sombrías nubes, oscurecían al Espíritu de Dios; dejamos libre el ojo luminoso del espíritu, el único que nos hace capaces de contemplar lo divino, puesto que el Espíritu Santo desciende desde el cielo y se derrama en nosotros. Clemente de Alejandría (195 d.C.)

Luego, al salir del baño (el bautismo), somos ungidos con la santa unción, según aquella práctica antigua por la que los sacerdotes solían ungirse con el aceite de un cuerno, como Aarón fue ungido por Moisés… Luego se nos imponen las manos en forma de bendición, mientras se llama y se invita al Espíritu Santo... Y aquel Espíritu Santísimo desciende gustoso del Padre sobre los cuerpos purificados y bendecidos, y también sobre las aguas del bautismo en las que, como reconociendo su santa sede, descansa, como cuando bajó en forma de paloma hasta el Señor. Tertuliano (197 d.C.)

Sólo es verdaderamente bautizado “de arriba” en el Espíritu Santo y en el agua el que ha “muerto al pecado,” y ha sido verdaderamente “sumergido en la muerte de Cristo,” y ha sido “sepultado con él” en un bautismo de muerte. Orígenes (225 d.C.)

En el tiempo del diluvio, cuando todos se corrompieron delante de Dios, está escrito en cuanto a los pecadores: “No contenderá mi espíritu con el hombre para siempre, porque ciertamente él es carne.” Por eso se ve claramente que el Espíritu de Dios se retira de los que no son dignos de Él. Orígenes (248 d.C.)

VER TAMBIÉN DONES DEL ESPÍRITU; PROFETAS; TRINIDAD

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