¿Amar a mis enemigos?

Como he dicho antes, las enseñanzas de Jesús sobre las riquezas, los juramentos y el divorcio ofenden a la mayoría de las personas que las escuchan. Y ciertamente esas enseñanzas están entre las más duras de Jesús. Sin embargo, aun esas tres enseñanzas no son la razón principal por la cual las Iglesias convencionales han rechazado en gran medida el camino del reino.

No, el gran tropiezo ha sido sus enseñanzas sobre lo de “volver la otra mejilla” y amar a nuestros enemigos. Y ya que estas enseñanzas resultan ser un tropiezo tan grande, les he dedicado una sección completa de este libro. Comencemos, pues, con lo que Jesús dijo acerca de “volver la otra mejilla”:

“Oísteis que fue dicho: Ojo por ojo, y diente por diente. Pero yo os digo: No resistáis al que es malo; antes, a cualquiera que te hiera en la mejilla derecha, vuélvele también la otra; y al que quiera ponerte a pleito y quitarte la túnica, déjale también la capa; y a cualquiera que te obligue a llevar carga por una milla, ve con él dos. Al que te pida, dale; y al que quiera tomar de ti prestado, no se lo rehúses” (Mateo 5.38–42).

¡Ésta sí fue realmente una enseñanza revolucionaria! Así no vivían los gentiles. Pero no sólo eso; los judíos tampoco vivían así. Y desafortunadamente, la mayoría de quienes profesan el cristianismo tampoco han vivido así.

La no resistencia y la pacificación

El grupo de mandamientos que acabamos de leer demandan una conducta pasiva. No resista al que es malo. Vuelva la otra mejilla. Al que quiera ponerle a pleito y quitarle la túnica, déjele también la capa. Si alguien le obliga a llevar carga por un kilómetro, llévela dos kilómetros. Al que le pida, dele. Estos mandamientos puestos en práctica es lo que a veces llamamos la no resistencia.

Sin embargo, también hay una parte activa en la enseñanza de Jesús: “Oísteis que fue dicho: Amarás a tu prójimo, y aborrecerás a tu enemigo. Pero yo os digo: Amad a vuestros enemigos, bendecid a los que os maldicen, haced bien a los que os aborrecen, y orad por los que os ultrajan y os persiguen; para que seáis hijos de vuestro Padre que está en los cielos, que hace salir su sol sobre malos y buenos, y que hace llover sobre justos e injustos. Porque si amáis a los que os aman, ¿qué recompensa tendréis? ¿No hacen también lo mismo los publicanos? Y si saludáis a vuestros hermanos solamente, ¿qué hacéis de más? ¿No hacen también así los gentiles? Sed, pues, vosotros perfectos, como vuestro Padre que está en los cielos es perfecto” (Mateo 5.43–48).

No es suficiente sólo con ser no resistente. Nosotros los cristianos también tenemos que ser activos, llegando con amor a cualquiera que anteriormente hayamos considerado como enemigo. Si alguien nos odia, debemos averiguar por qué. Tal vez podamos aclarar el asunto para que nuestro enemigo se convierta en nuestro amigo. Jesús nos dijo: “Por tanto, si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda delante del altar, y anda, reconcíliate primero con tu hermano, y entonces ven y presenta tu ofrenda” (Mateo 5.23–24).

Así que, como ciudadanos del reino, tenemos que hacer todo lo que podamos para estar en paz con los demás. Jesús dijo: “Bienaventurados los pacificadores, porque ellos serán llamados hijos de Dios” (Mateo 5.9). En nuestros quehaceres diarios en el trabajo, y con los vecinos y amigos, siempre hay ofensas, discusiones y disputas. Si nosotros formamos parte de semejante disputa, debemos ser los primeros en procurar la paz. Incluso cuando estamos convencidos de que tenemos la razón.

Las enseñanzas de Jesús en la vida diaria

¡La no resistencia es totalmente contraria a nuestra carne caída! La no resistencia es algo que tenemos que aprender. Definitivamente no es algo con lo que hayamos nacido.

Yo he notado esta verdad cuando veo a los niños jugar. Si un niño tiene un juguete, casi siempre el otro niño lo quiere. ¿Acaso dice el primer niño: “Sí, amiguito, puedes jugar con mi juguete”? Difícilmente. Por lo general, el segundo niño trata de arrebatar el juguete y el primer niño se resiste con toda su fuerza. Casi siempre hay muchos gritos y a veces hasta golpes y mordiscos.

Yo sé que cuando he decidido volver la otra mejilla y no resistir al malo, mi carne se ha opuesto con todas sus fuerzas. La verdad es que yo no soy no resistente por naturaleza. Hace catorce años, mi familia y yo nos mudamos al lugar donde vivimos actualmente. La casa se encuentra en el campo, ubicada en un área de tres acres y medio. Al poco tiempo de habernos mudado, nos percatamos que varios coyotes y perros callejeros vagaban por el bosque y los campos cercanos. Teníamos unas cuantas cabras, de manera que decidimos hacerles un corral con una cerca fuerte para protegerlas de los perros y coyotes.

Contratamos una compañía profesional para construir una cerca fuerte de un metro con setenta y cinco centímetros de altura alrededor del corral para las cabras. A pesar de esto, una mañana despertamos temprano al oír el ruido de perros que ladraban y nuestras cabras que balaban. Salimos rápidamente y encontramos que los perros se las habían arreglado para meterse en el corral y estaban atacando a las cabras. Al vernos, los perros huyeron y desaparecieron en el campo vecino. Una de las cabras murió a causa de este ataque salvaje, y otra quedó en un estado grave de conmoción durante varios días y casi no comía.

En la débil luz del amanecer, no vimos bien a los perros, pero supusimos que eran perros callejeros. De modo que llamamos a los funcionarios de control de animales del condado y les pedimos ayuda. Ellos nos equiparon con varias trampas, benignas y sin dientes, que agarrarían al perro por una pata, dejándolo inmóvil, pero sin dañarle la pata. Los de la agencia dijeron que ellos recogerían cualquier perro que nosotros atrapáramos.

Esa noche sacamos las trampas, y al día siguiente fuimos despertados nuevamente por el ruido de un alboroto afuera. Salimos rápidamente y vimos una jauría de perros junto al corral de las cabras. Pero inmediatamente nos dimos cuenta de que aquellos no eran perros callejeros; eran los perros de nuestros vecinos. Los perros huyeron rápidamente cuando nos vieron. Es decir, todos menos uno. Uno de los perros estaba atrapado en una trampa y no se pudo escapar. Cuando nos acercamos, el pobre perro estaba muerto de miedo y temblaba como una hoja.

En ese momento, vi una camioneta que se acercaba por el camino de nuestra propiedad. Se aproximó a toda velocidad, dejando atrás una estela de polvo. Como un resorte, el chofer saltó de la camioneta y corrió hacia el perro capturado, el cual resultó ser su perro.

—¡Oh! ¿Es este su perro? —le pregunté dócilmente.

—Sí, lo es —respondió en un tono poco amistoso mientras me ayudaba a abrir la trampa para liberar a su perro—. ¿Sabe algo? —continuó diciendo—. Esto no le va a traer otra cosa que enemistades con sus vecinos. Yo me mudé al campo para dejar que mis perros corrieran libremente.

Lo primero que me vino a la mente fue replicar: “Bueno, yo me mudé al campo para que nuestras cabras pudieran correr libremente”. Pero no lo hice. También pensé decirle: “Mire, hagamos un trato: ¡Usted aleja sus perros de mi propiedad y yo hago lo mismo con mis cabras!”

Sin embargo, pensé en las palabras de Jesús de volver la otra mejilla. ¿Qué haría Jesús en una situación como ésta? No había duda en mi mente. Entonces respondí de buen humor:

—Bueno, estoy abierto a cualquier sugerencia de su parte.

El vecino (a quien yo no había conocido antes) se mostró un poco sorprendido por mi respuesta mansa. Él cambió su expresión poco amistosa y respondió serenamente:

—Bueno, lo que usted podría hacer es pasar un alambre electrificado por toda la parte de abajo y de arriba de la cerca. Eso ahuyentará a los perros.

—Estoy dispuesto a hacer eso —respondí, sorprendiéndome a mí mismo—. Haré lo que usted me ha sugerido y devolveré las trampas al condado.

Me parecía un poco injusto que yo tuviera que incurrir en gastos extra para que sus perros intrusos no les hicieran daño a mis cabras. Pero sabía que había manejado esta pequeña crisis de la manera que Jesús deseaba que yo lo hiciera.

Ejemplos bíblicos

La no resistencia y el amar a nuestros enemigos son tal vez las enseñanzas más difíciles (y sin duda, las más revolucionarias) de Jesús. Ambas son exactamente lo opuesto del mensaje que el mundo enseña. ¿No resistir al que es malo? Nuestros padres, escuelas, gobiernos e iglesias nos inculcan precisamente lo contrario: ¡Lucha por tus derechos! ¡No te dejes intimidar! Los héroes a quienes se nos recomienda emular casi nunca son personas no resistentes. No, por lo general son personas que se han levantado contra sus enemigos y los han resistido.

La no resistencia no es simplemente una doctrina teológica; es un estilo de vida. Afecta toda clase de interacción diaria con otras personas. Sin embargo, ser no resistente no significa ser un cobarde o un canijo. Jesús y Pablo fueron no resistentes. No obstante, ninguno de los dos fue un cobarde; ninguno de los dos tampoco fue un enclenque. Ambos fueron muy enérgicos y francos. Pero los dos prefirieron recibir heridas en lugar de herir a otra persona. Ambos denunciaron el mal, pero no resistieron el mal con la fuerza física.

Observe cuántas veces Pablo fue golpeado y apedreado. Pablo pudo haberse armado y haber viajado con un grupo de guardaespaldas fornidos. Pero no lo hizo. Pablo fue uno de los hombres más valientes que haya existido, pero no resistió el mal con la fuerza física. Como él mismo dijo posteriormente: “Pues aunque andamos en la carne, no militamos según la carne; porque las armas de nuestra milicia no son carnales, sino poderosas en Dios para la destrucción de fortalezas” (2 Corintios 10.3). Pablo fue un tipo de guerrero diferente, un guerrero de un reino con valores al revés.

Las demandas

Fueron turbas sediciosas las que a menudo golpearon o apedrearon a Pablo. Como ciudadano romano que era, Pablo pudo haber presentado cargos contra aquellos que ilícitamente lo golpearon o apedrearon. Pero no lo hizo. Él volvió la otra mejilla. Jesús dijo que cuando alguien quiera demandarnos con el objetivo de quitarnos la túnica, que le dejemos también la capa. Por tanto, de aquí se puede deducir que si alguien simplemente se apodera de nuestra túnica, no debemos interponer una demanda para recuperarla. Como dijo Jesús, al que te pida, dale.

Al mismo tiempo, Pablo mostró que no es incorrecto para los cristianos valerse de la protección que les ofrece el gobierno cuando son perseguidos. Por ejemplo, Pablo se libró de una azotada al preguntarle al centurión romano: “¿Os es lícito azotar a un ciudadano romano sin haber sido condenado?” (Hechos 22.25).

Pablo reiteró la enseñanza de Jesús en su epístola a los corintios: “¿Osa alguno de vosotros, cuando tiene algo contra otro, ir a juicio delante de los injustos, y no delante de los santos? (…) Para avergonzaros lo digo. ¿Pues qué, no hay entre vosotros sabio, ni aun uno, que pueda juzgar entre sus hermanos, sino que el hermano con el hermano pleitea en juicio, y esto ante los incrédulos? Así que, por cierto es ya una falta en vosotros que tengáis pleitos entre vosotros mismos. ¿Por qué no sufrís más bien el agravio? ¿Por qué no sufrís más bien el ser defraudados?” (1 Corintios 6.1, 5–7).

Hace casi veinte años, yo me percaté del conflicto entre las enseñanzas de Jesús y el ejercer como abogado en procesos judiciales. Si para mí es incorrecto como individuo cristiano llevar a mi hermano a juicio, ¿cómo puede ser correcto que como abogado represente a otro cristiano que demanda a su hermano? El camino correcto estaba muy claro.

Por otra parte, se trataba de mi sustento. Si eliminaba las demandas de mi práctica, ¿qué me quedaría? Nada, excepto redactar testamentos y escrituras, y examinar títulos de propiedad. Y éstas no son precisamente las áreas más emocionantes o rentables de la abogacía. Debido a lo limitado de mi propia fe, ésta fue una decisión difícil para mí. Pero al final, yo supe que tendría que obedecer a Jesús. De manera que dejé de aceptar cualquier tipo de demandas o cualquier otro trámite legal que entrara en conflicto con las enseñanzas de Jesús.

¿Qué tal de la guerra?

Es importante que comprendamos que las instrucciones de Jesús sobre la no resistencia tienen sentido sólo para los que han aceptado sus otras enseñanzas, tales como: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14.33). Cuando hemos renunciado a todo, queda muy poco por que pelear, ¿verdad? Incluso cuando se trata de nuestra propia vida, Jesús nos dijo: “El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará” (Mateo 10.39).

Jesús le dijo a Pilato: “Si mi reino fuera de este mundo, mis servidores pelearían” (Juan 18.36). De esto se deduce, pues, que si tenemos un reino que puede ser defendido mediante la lucha física, nuestro reino es del mundo, ¿verdad? No importa si se trata de bienes personales, una casa o una nación, la situación es la misma. Si tenemos intereses o parte en este mundo, sin duda nos veremos tentados a luchar para protegerlos. Cuando tratamos de reconciliar las enseñanzas de Jesús con el apego a las posesiones, al poder terrenal o al orgullo nacional, nos damos cuenta de que es imposible. Estamos intentando reconciliar dos cosas que son fundamentalmente irreconciliables.

El autor cristiano del siglo diecinueve Adin Ballou escribió la siguiente obra satírica para demostrar lo absurdo de tratar de reconciliar los mandamientos del reino de Jesús con las leyes militares de los gobiernos humanos:

Jesucristo me prohíbe resistir a los que son malos y a tomar de ellos ojo por ojo, diente por diente, sangre por sangre y vida por vida.

Mi gobierno demanda de mí todo lo contrario, y basa un sistema de autodefensa en la horca, el mosquete y la espada, para ser usado contra sus enemigos nacionales y extranjeros. Por lo tanto, la tierra se llena de horcas, prisiones, arsenales, barcos de guerra y soldados.

En el mantenimiento y uso de estos caros aparatos para asesinar, nosotros podemos ejercitar al máximo y de forma muy conveniente las virtudes de perdonar a los que nos ofenden, amar a nuestros enemigos, bendecir a los que nos maldicen y hacer el bien a los que nos aborrecen. Para esto, contamos con una sucesión de sacerdotes cristianos que oran por nosotros y suplican la bendición del cielo sobre la santa obra de masacrar.

Yo comprendo todo esto, y continúo practicando la religión y siendo parte del gobierno, y me enorgullezco de ser al mismo tiempo un cristiano piadoso y un buen siervo del gobierno. Yo no quiero estar de acuerdo con esas opiniones disparatadas de la no resistencia. No puedo renunciar a mi autoridad y dejar solamente a hombres inmorales al frente del gobierno.

La constitución dice que el gobierno tiene el derecho a declarar la guerra. Yo consiento en esto y lo apoyo, y juro que siempre lo apoyaré. Y por eso no dejo de ser cristiano. La guerra también es un deber cristiano. ¿Acaso no es un deber cristiano matar a cientos de miles de semejantes, ultrajar a mujeres, asolar y quemar a ciudades, y practicar toda crueldad posible? Es hora de rechazar todos esos falsos sentimentalismos. Esa es la verdadera manera de perdonar las ofensas y de amar a nuestros enemigos. Siempre y cuando lo hagamos en el espíritu de amor, nada puede ser más cristiano que dicha matanza.1

En el capítulo anterior, vimos que los llamados cristianos creyentes de la Biblia tienen un mayor índice de divorcios que el del mundo. Las pautas son las mismas cuando se trata de la no resistencia. Los cristianos “creyentes de la Biblia” son en realidad más militantes que el mundo cuando se trata de resistir al malo con la fuerza. Actualmente, cuando el gobierno de los Estados Unidos considera ir a la guerra, son los “cristianos creyentes de la Biblia” los que, sin excepción y de manera firme, están más a favor de una acción militar.

Mientras me encontraba escribiendo este libro, el gobierno de los Estados Unidos entró en guerra con Irak para sacar del poder a su dictador, Saddam Hussein. Inmediatamente, las iglesias comenzaron a colocar banderas norteamericanas en los jardines de las capillas. Los carteles de las iglesias mostraban lemas tales como: “Dios bendiga a los Estados Unidos” y “Oremos por nuestras tropas”. Sin embargo, ni siquiera vi un solo cartel que dijera: “Oremos por el pueblo de Irak”. Aunque el propósito de la guerra era sacar a Hussein del poder, iba a ser la población iraquí, hombres, mujeres, niños e infantes, la que moriría en la invasión. No obstante, por lo visto, a ninguna iglesia se le ocurrió que oráramos por ellos.

Notas finales

1  Adin Ballou, citado por Leo Tolstoy en The Kingdom of God Is Within You (Lincoln, Nebraska: University of Nebraska Press) 10.

Leer Capítulo 9 -- Pero, ¿qué tal si…?

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