CAPÍTULO 6 LOS MÁRTIRES DE 1520-30 d.C
Hans Koch y Leonardo Meister: descendientes de los antiguos valdenses, ambos, llevados a la muerte en Ausburgo por causa de la verdad del evangelio, 1524 d.C.

La luz de los antiguos valdenses todavía brillante: se hizo visible en dos hombres piadosos, quienes amaron la verdad de Cristo, la cual mantuvieron más que sus propias vidas; éstos fueron condenados a muerte en la ciudad de Ausburgo, Alemania, según la drástica sentencia de la corte en el año 1524 d.C.
Oración de Hans y Leonardo
Escrita por ambos antes de su muerte y enviada para el consuelo de sus hermanos cristianos.
¡Oh Dios, contempla ahora, desde tu alto trono, la miseria de tus siervos, de qué manera el enemigo los persigue y con qué odio son menospreciados; pues tus siervos tienen el propósito de andar en el camino estrecho! El que llega a conocerte y se mantiene fiel a tus palabras es despreciado. ¡Oh Dios del cielo!, todos hemos pecado; por tanto, castíganos en tu misericordia. Te rogamos que permitas nuestro gozo en tu gracia, y no causar tu deshonra delante de este mundo que parece estar dispuesto para raer tu palabra. Nosotros podríamos tener paz con el mundo, si no confesáramos tu santo nombre. La única razón porqué el enemigo muestra su furia hacia nosotros cada día es porque ya no cumplimos su voluntad y porque te amamos a ti, Oh Dios, lo cual Satanás ni sus seguidores puede soportar. Por esta razón desean afligirnos con mucha tribulación. Pero si nos entregáramos a la idolatría y a practicar toda clase de maldad, el mundo nos dejaría vivir en tranquilidad y paz.
Si nosotros rechazáramos tu palabra, el anticristo no nos odiaría. Si creyéramos en sus falsas enseñanzas y transitáramos con el mundo en el camino ancho, tendríamos el favor de ellos. Pero puesto que buscamos seguirte, somos odiados y abandonados por el mundo. Pero estos tormentos que nos trae el enemigo no sólo suceden con nosotros, sino también fueron sufridos por Cristo. Pues ellos lo afligieron con mucho reproche y sufrimiento; y de esta manera se hizo con todos aquellos que le siguieron y creyeron en sus palabras. Por esto, Cristo mismo dijo: “No se extrañen si el mundo los odia; pues a mí me odió primero. No han recibido mis palabras; tampoco recibirán las suyas. Si a mí me han perseguido, también a ustedes los perseguirán. Y cuando todo esto suceda con ustedes, alégrense y regocíjense, porque su premio es grande en los cielos” Ya que Dios nos promete descanso eterno, ¡qué importa si por un breve tiempo somos ridiculizados y menospreciados aquí!
Oh Señor, tú sabes el sufrimiento que padecen tus hijos, pequeños y débiles. Por ello oramos a ti, oh Dios; protege tu propio honor y santifica tu nombre que aquí en la tierra es profanado, tanto por la gente noble como por el pueblo común. Ten compasión de tus pobres ovejas que están dispersadas y no tienen ya un verdadero pastor que les enseñe en los días siguientes. Envíales tu Espíritu Santo, y Él los alimente; y no oigan la voz de los extraños. Escucha nuestra petición y no nos abandones, puesto que nos encontramos en gran tribulación y conflicto. Danos una paciencia firme por Cristo. A Él sea el honor y su santo nombre glorificado. Amén.
La sentencia de muerte contra los mártires anabaptistas, 1527 13
“Aunque es terrible el mirarlo” admitió Lutero, él dio su bendición sobre la sentencia de muerte de los anabaptistas, publicada por los electores, príncipes y margraves de la Alemania protestante el 31 de marzo de 1527. La sentencia estaba basada en los siguientes cuatro puntos:
1. Los anabaptistas convierten en nada el oficio de la predicación de la Palabra.
2. Los anabaptistas no tienen doctrina bien definida.
3. Los anabaptistas suprimen y convierten en nada la sana y verdadera doctrina.
4. Los anabaptistas quieren destruir el reino de este mundo.
“Para la preservación del orden público” tanto Lutero como Zwinglio promovieron la eliminación total de los anabaptistas a través de la pena capital como un asunto de urgencia suprema. Acusaron a los anabaptistas de crimen contra la gente en general “no porque enseñan una fe diferente, sino porque alteran el orden público al socavar el respeto por la autoridad.”
George Wagner, 1527 d.C.
George Wagner, arrestado en Múnich, Baviera, debido a que él sostenía enseñanzas diferentes a las de la Iglesia de Roma. Como él no cambiaba su posición, fue severamente atormentado, tanto que el príncipe de Múnich se compadeció de él, y personalmente vino a él a la prisión y con sinceridad lo amonestó que renunciara, prometiéndole ser su amigo durante toda la vida. Por último, su esposa y su hijo le fueron traídos a la prisión para que de este modo lo movieran a retractarse; pero no lo lograron. Él dijo que su esposa y su hijo eran tan queridos para él que el príncipe no podría comprarlos con todo su dominio; pero aún así, no abandonaría a su Señor y Dios por ellos. Muchos vinieron a persuadirle, pero él se mantuvo firme en lo que Dios le había enseñado. Finalmente, fue sentenciado al fuego y a la muerte.
Habiendo sido entregado en las manos del verdugo y llevado en medio de la ciudad, dijo: “Hoy confieso a mi Dios delante de todo el mundo.” Envuelto de gozo en Cristo, caminó sonriendo hacia el fuego. Su rostro no palidecía ni sus ojos mostraban temor. El verdugo lo sujetó a una escalera y ató a su cuello una pequeña bolsa con pólvora, mientras decía: “Sea hecho en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo”. De esta manera, feliz ofreció su espíritu el 8 de octubre de 1527.
A continuación, el himno que describe la muerte victoriosa de este mártir, el cual se encuentra en las líneas del Ausband, himnario usado por los mártires anabaptistas de esa época.
El que desea seguir a Cristo tiene que ignorar el desprecio de este mundo: tiene que llevar su cruz. No hay otro camino que lleva al cielo. Esto se nos ha sido enseñado desde nuestra niñez.
Esto también aspiró George Wagner: subió al cielo en medio del humo y el fuego; fue probado por la cruz como el oro por el fuego. Esto era el deseo de su corazón.
Encarcelado en una torre, su alma encontró la libertad. Ninguna tristeza humana lo desvió: no fue conmovido por su pequeño hijo, ni por su propia esposa.
Ya tenía que separarse de ellos, aunque deseaba haberse quedado, su amor y tristeza brotaban; se había esforzado con diligencia en su piadoso matrimonio.
Aunque tuvo que abandonarlos, no fue un sacrificio pequeño, el hecho de separarse de ellos; ningún príncipe con todas sus riquezas pudo desviarlo de su propósito
Dos monjes descalzos vestidos de plomo quisieron consolar a George en sus aflicciones: desearon convertirlo. Él les dijo que volvieran al monasterio, y no quiso escuchar sus palabras.
El verdugo lo llevó con una soga; en la sala del tribunal escuchó cuatro acusaciones, de las cuales dependía su vida. Y antes de negar aun una verdad, estaba dispuesto a morir.
El primer artículo era de importancia, trató sobre la confesión de pecados, decir que el sacerdote puede perdonar pecados, es pecar contra Dios, pues sólo en él se encuentra el perdón.
El bautismo es bueno, como Cristo ha enseñado. Cuando se enseña bien, demuestra su muerte amarga; es un lavamiento de nuestros pecados, por lo cual conseguimos la gracia.
Sobre el sacramento del señor Jesús, George Wagner confesó con alegría: “Yo lo veo como un símbolo del cuerpo sacrificado de Cristo,” él habló con sinceridad.
En cuarto lugar, él no pudo aceptar que Dios pudiera ser constreñido a descender a la tierra hasta que cumpliera su juicio de los malos y los buenos.
Algunos verdaderos hermanos cristianos hablaron a George secretamente antes de su muerte (él murió en el fuego como un verdadero cristiano), pidiéndole una señal.
Él dijo: con mucho gusto lo haré. A Cristo, el verdadero Hijo de Dios, confesaré con mi boca; mientras estoy con vida, confesaré a Jesús.
Se acercaron dos verdugos, lo amarraron firmemente; él predicó la fe a la gran multitud allí reunida, tanto hombres como mujeres.
George Wagner miró alrededor sin temor, su semblante no palideció, muchos se asombraron al escucharlo hablar. Esto ocurrió en el año mil quinientos veintisiete.
En febrero de ese año, el octavo día del mes, públicamente los hombres lo colgaron de un cadalso, una pequeña bolsa de pólvora le arrebató el alma allí.
Los hombres lo amarraron a una escalera, la leña y la paja comenzaron a arder; ahora se escuchaba la burla de la multitud. “¡Jesús! ¡Jesús!,” cuatro veces gritó con voz alta desde el fuego.
Elías dice la verdad, que en un carruaje de fuego fue llevado al paraíso. Así también nosotros oramos al Espíritu Santo que nos ilumine.
Weiken: una viuda quemada en la hoguera, 1527 d.C.
El 15 de noviembre de 1527, una viuda de nombre Weiken fue encarcelada en el castillo de la Haya. El día 17 llegó el gobernador de Holanda. Al día siguiente, Weiken fue traída delante del gobernador y de todo el concejo de Holanda. Allí, una mujer le interrogó: ¿Has considerado las cosas que mis señores te han propuesto?
Weiken: Reconozco todo lo que he dicho.
La mujer: Si persistes hablando de esa manera y no te vuelves de tu error, serás sometida a una muerte rápida.
Weiken: Si les es dado poder de arriba, estoy lista para sufrir.
La mujer: Entonces, ¿no temes la muerte aún sin haberla probado?
Weiken: Es cierto, y más aún, nunca probaré la muerte; pues Cristo dice: “Si un hombre guarda mis palabras, nunca verá la muerte.” Juan 8:51 El hombre rico probó la muerte y la probará por toda la eternidad. Lucas 16:23
La mujer: ¿Qué opinión tienes de los santos?
Weiken: No conozco otro mediador que Cristo.
La mujer: Tú morirás, si persistes en eso.
Weiken: Ya estoy muerta (Gálatas 2:19). El Espíritu vive en mí; el Señor está en mí y yo en Él (Juan 14:20).
La mujer: ¿Quién te ha enseñado todo esto?
Weiken: El Señor, el cual llama a Él a todos los hombres. Yo soy una de sus ovejas, por eso escucho su voz.
Después de muchas palabras similares, Weiken fue llevada de vuelta a la prisión. Durante los dos días siguientes fue tentada, y muchas personas: monjes, algunas mujeres y sus amigos más íntimos le suplicaron a que mejor volviera a su vida antigua. Especialmente una mujer vino, la cual se compadecía de esta manera: “Querida madre, ¿no puedes pensar en aquello que te agrada y mantenerlo para ti misma? Entonces, no morirías.”
Weiken le respondió: “Querida hermana me ha sido ordenado hablar y me siento constreñida para hacerlo. Por lo tanto, no puedo permanecer en silencio.”
La mujer: Temo que serás entregada a la muerte.
Weiken: Aunque me quemen mañana, no me preocupa, pues el Señor así lo ha ordenado. De todos modos me adheriré al Señor. Para mí no es un problema si pierdo la vida. Aunque cada vez que desciendo del castillo, lloro sin consuelo, pues me entristece ver que estos hombres buenos sean tan ciegos. Oraré al Señor por ellos.
A mitad de semana fue traída nuevamente a la corte, y ya que permanecía firme, sin pensar siquiera en retroceder, la sentenciaron a ser quemada y confiscaron todos sus bienes.
En el lugar de su muerte, el monje la tentaba con la cruz, diciéndole que ése era su Dios. Pero ella la arrojó de sus manos y le dijo: “¿Por qué me tientas? Mi Señor y Dios está en el cielo.” Luego, siguió caminando muy alegre hacia la estaca, como si se dirigiera a una boda. Y en su rostro no se notaba temor alguno al fuego. El monje persistió: “Ahora, irás al fuego, ¿te arrepentirás?” Weiken le respondió: “Estoy muy contenta. Que se haga la voluntad del Señor” Y luego, ella misma se paró en la estaca, en la cual iba a ser quemada.
El verdugo, entonces, preparó las cuerdas para estrangularla. Weiken se quitó el velo (de la cabeza) y lo puso alrededor de su cuello. Por última vez exclamó el monje: “¿Morirás alegre como cristiana? ¿No renunciarás?” Weiken le respondió: “Sí, moriré. Este es el verdadero camino. Me adhiero a Dios.” Cuando hubo dicho esto, el verdugo comenzó a estrangularla. Ella cerró los ojos con suavidad como si hubiese caído en un sueño y entregó el espíritu. Era el 20 de noviembre de 1527.
Dieciocho personas quemadas en Salzburgo, 1528 d.C.

Estas dieciocho personas fueron despertadas al temor de Dios, los cuales se volvieron a Dios de este mundo y su idolatría y fueron bautizadas en Cristo, presentándose ante Él en obediencia a su evangelio. Los adversarios no pudieron soportar todo esto. Por consiguiente, estos dieciocho fueron encarcelados; y ya que se adherían a su fe, sufrieron muchas torturas y fueron sentenciados al fuego y quemados en el mismo día.
Ellos nos dejaron la siguiente oración como un monumento de su seguridad en Dios:
Oh Dios del cielo, protege a tu manada pequeña; líbrales de su gran aflicción, porque la bestia los persigue aun en la muerte. Pues son echados en prisiones míseras, donde magnifican tu nombre. Ten compasión; ven rápidamente, y socorre según tu voluntad a estos tus pobres hijos. Ellos desean apartarnos de ti con su poder y pompa. Oh Señor, concédenos tu divino poder. No tenemos Señor en el cielo ni en la tierra, sino a Ti.
Cristo envía sus mensajeros y por medio de ellos nos muestra su reino celestial, lo cual es ridiculizado por el mundo. Pero nosotros hemos aceptado tu reino y gracia con gran gozo. Por esta razón los sacerdotes rugen contra nosotros y nos odian terriblemente. Ellos han escondido la verdad por más de quinientos años, desprecian y pisotean la palabra de Dios. Oh Señor, que ellos puedan corregir sus pasos y hacer tu voluntad.
Estos dieciocho testigos de Salzburgo fueron quemados juntos por causa de la enseñanza de Cristo. Se adhirieron a Él, y recibieron su marca. Y como soldados cristianos, alcanzaron la corona.
Hans de Stotzingen, 1528 d.C.
Hans de Stotzingen fue encarcelado por la verdad del evangelio en Alsacia, y finalmente condenado a muerte en 1528. En su camino al lugar de la ejecución, exhortó al pueblo con las siguientes palabras:
Líbranos, oh Señor, de nuestra angustia; pues nuestro corazón desea ofrecerte un sacrificio puro. Este sacrificio es mi cuerpo entero, mi vida y mis huesos; mi esposa y mis hijos. Estamos dispuestos a ofrecer libremente nuestros cuerpos porque el amor nos constriñe. Faraón no alterará ni impedirá esto. No tenemos ni el más leve deseo de renunciar.
Queridos hermanos, Cristo ha preparado una corona gloriosa para aquellos que perseveren hasta el fin. El Mar Rojo se abrirá; y si Faraón nos persigue, perecerá. No teman, manada pequeña. Cristo nos promete consuelo y gozo eterno si permanecemos firmes en él. ¡Pero también tenemos que tomar la copa del sufrimiento y sufrir con Cristo! Por tanto, no teman el dolor ni la muerte. Yo he esperado este momento, pues morir es ganancia para mí. Oh Dios, permíteme ser un participante en los sufrimientos de tu Hijo Cristo. Amén
Terminadas estas palabras, Hans fue entregado a la espada para ser decapitado.
Vilgard y Gaspar de Schoeneck, 1528 d.C.
Estos dos hombres fueron decapitados por la verdad en Fluchthal como fieles testigos de Cristo. Dejaron la siguiente exhortación a sus hermanos:
Oigan, Dios visitará a los pecadores, grandes y pequeños, a aquellos que ahora lo desprecian y se burlan de Él, y no se fijan en sus vidas pecaminosas.
Si consideramos la enseñanza de los profetas, vemos que este es el último tiempo; y en este tiempo Dios llama a los hombres a volverse a Él y a vivir de acuerdo a su voluntad y obedecer sus mandamientos. Si hacemos esto, su ira terminará y será nuestro Padre. Dios está dispuesto a perdonar a los que abandonan su pecado. Oh Dios, guía a tus hijos hacia tu reino celestial… Amén.
La llama del movimiento anabaptista 14
Martín Lutero y sus colegas se reunieron en Espira en 1529. Se reunieron para definir las libertades evangélicas de los nuevos estados protestantes de Alemania, y para establecer a la iglesia protestante en “paz, libertad, y bendición de Dios.” En esa reunión, también firmaron esta resolución: “Todo anabaptista, varón o mujer, debe ser matado con fuego, espada, o de alguna otra manera.”
Pero Martín Lutero y sus colegas no pudieron llevar a cabo sus planes. Ni tampoco lo pudieron hacer los católicos romanos, ni Ulrico Zwinglio, ni Juan Calvino. La flama del movimiento anabaptista, en vez de vacilar o de extinguirse, creció más. Gaspar Braitmichel, escribió:
“Las autoridades querían extinguir la luz de la verdad, pero más y más personas se convertían. Atraparon a hombres, mujeres, jóvenes y señoritas: a todo el que se rendía a la fe y se apartaba de los asuntos impíos de la sociedad. En algunos lugares las prisiones se llenaron. Los perseguidores querían aterrorizar. Pero los hermanos cantaban en la prisión en cadenas de tal forma que más bien los carceleros temían. Las autoridades de pronto ya no sabían qué hacer.
El Kurfust arrestó, conforme al mandato del Emperador, a cerca de 450 creyentes. Su subordinado, el señor Diedrich von Shonberg, decapitó, ahogó, y mató de otras maneras a muchos anabaptistas en Altzey. Sus hombres buscaron anabaptistas, los traían de sus casas, y los llevaban como ovejas al matadero en la plaza de la ciudad.
De esos creyentes, ninguno se retractó. Todos fueron con gozo a la muerte. Mientras que algunos estaban siendo ahogados y decapitados, el resto cantaba esperando su turno. Se pararon fuertes en la verdad que profesaban y seguros en la fe que habían recibido de Dios. Unos pocos de ellos a quienes no quisieron matar inmediatamente, fueron torturados: les cortaron los dedos, les quemaron cruces en la frente, y les hicieron otras maldades. Pero el señor von Schonberg finalmente preguntó con desesperación: “¿Qué más hago? ¡Entre más sentencio a muerte, más se multiplican!”
Entre más rugían los vientos fuertes de la persecución, más se alzaban las llamas del avivamiento anabaptista. Las cortes alemanas pronto descubrieron que el testimonio gozoso de los anabaptistas agitaba, movía, despertaba e incitaba a las masas. Esto hizo que los amordazaran, y en algunos casos les atornillaran la lengua al paladar, o que en otros casos llamaran al ejército para que con sus tambores y ruido militar impidieran que la gente oyera lo que los cristianos tenían que decir. Pero el testimonio anabaptista no podía ser extinguido. Incluso con la lengua cortada, manos atadas, y con una bolsa de pólvora en su mandíbula, todavía podían alzar un dedo y sonreír en señal de victoria.
Las compañías de soldados armados autorizados para matar anabaptistas por sorpresa rondaban en toda Alemania. Primero, había cuatrocientos soldados, pero pronto el número tuvo que ser incrementado a mil soldados. Las crónicas de los hermanos de Moravia, al final de un reporte de 2173 hermanos asesinados por lo que creían, dicen:
Nadie podía arrancar de su corazón lo que habían experimentado… El fuego de Dios ardía dentro de ellos. Antes, morirían la muerte más violenta. De hecho hubieran muerto diez veces, antes que abandonar la verdad a la que se habían adherido y con la que se habían casado… Habían bebido de la fuente del agua de la vida de Dios y sabían que Dios nos ayuda a llevar la cruz y a vencer la amargura de la muerte.
Trescientas cincuenta personas llevadas a la muerte según el mandato imperial, 1529 d.C.

En un corto tiempo, cerca de trescientos cincuenta personas, fueron ejecutadas por la verdad debido a una orden imperial. Los gobernantes de la ciudad de Altzey causaron que muchos sean decapitados, ahogados y ejecutados. Estos cristianos se vieron separados de sus hogares y llevados como ovejas al matadero. De ningún modo podían ser persuadidos a apostatar. Al contrario, gozosamente enfrentaban la muerte. Mientras unos eran ahogados y puestos a muerte, los demás, que aún estaban con vida y esperaban la muerte, cantaban hasta que el verdugo intervenía para cumplir su misión.
Ellos torturaban y mutilaban sus cuerpos o les cortaban los dedos y quemaban cruces en sus frentes, sometiéndolos a humillantes sufrimientos. Sin embargo, ellos permanecieron como soldados valientes, con gran firmeza en la verdad y seguros en la fe que habían recibido de Dios. Los eruditos y los grandes de este mundo se encontraban confundidos a causa de aquellos mártires. E incluso el mismo gobernador se expresó: “¿Qué haremos? ¡Cuanto más ordeno matarlos, más se multiplican!”.
Este Magistrado Dietrich, el cual había derramado mucha sangre inocente, sufrió una muerte repentina y terrible, cayéndose después que hubo terminado de comer.
NOTAS:
13. El presente subtítulo fue tomado del libro El secreto de la fuerza, Peter Hoover, cap. 7 La convicción de Miguel Sattler y Hans Denk ; publicado por www.laiglesiaprimitiva.com
14. El presente subtítulo fue tomado del libro El secreto de la fuerza, Peter Hoover, cap. 17 Los mártires perseguidos por los Protestantes y los Católicos ; publicado por www.laiglesiaprimitiva.com
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