CAPÍTULO 1 LOS MÁRTIRES DEL SIGLO I
El apóstol Felipe, con su cabeza atada a un pilar fue apedreado en Hierápolis, Frigia, el 54 d.C
Felipe, nativo de Betsaida, Galilea, tuvo una esposa e hijas de vidas honorables. Juan 1:44. Cristo lo llamó para ser su discípulo, y él lo siguió durante los tres años de su ministerio en la tierra.
Después de haberse distribuido los países, enseñó por varios años en Cintia, donde fundó muchas iglesias; y desde Siria hasta la parte más alta del Asia cayó en su parte, donde cimentó la fe en muchos de esos lugares.
Finalmente vino a Frigia e hizo muchas señales en Hierápolis. Allí, los ebionitas1, quienes no sólo negaban la divinidad de Cristo, sino también adoraban ídolos, continuaron obstinadamente en sus doctrinas blasfemas e idolátricas, y no escucharon a este apóstol de Cristo; sino que lo aprehendieron, y habiendo atado su cabeza unida a un pilar, lo apedrearon. De esta manera pasó la muerte por él y cayó dormido en el Señor. Y su cuerpo fue enterrado en la ciudad de Hierápolis.
Jacobo, hermano del Señor, arrojado del templo, apedreado y azotado a muerte con un garrote, 63 d.C.
A Jacobo se le llama el hermano del Señor en Gálatas 1:19. Fue nombrado por los apóstoles como el primer obispo de la iglesia en Jerusalén. Esto sucedió poco tiempo después de la muerte de Cristo. Él ejerció fielmente los deberes de su cargo durante treinta años, llegando a convertir a muchos al cristianismo. Esto lo hizo no solamente por medio de la enseñanza pura de Cristo, sino también por medio de su vida santa. Fue por eso que se le llamaban el Justo.
Él fue muy firme y santo, un verdadero nazareo, tanto en su vestimenta como en el comer y beber; oraba a diario por la iglesia de Dios y por el bien común.
Este apóstol escribió una epístola para el consuelo de las doce tribus que se hallaban dispersas por las naciones. Escribe: “Santiago, siervo de Dios y del Señor Jesucristo, a las doce tribus que están en la dispersión: Salud. Hermanos míos, tengan por sumo gozo cuando se hallan en diversas pruebas” Santiago 1:1-2.
Pero aunque consolaba a los que creían en el nombre de Cristo con muchas y muy excelentes razones, los judíos inconversos no podían sufrir sus enseñanzas. Entonces Ananías, audaz y cruel, hombre joven entre ellos, siendo el sumo sacerdote, lo ordenó a que se presentara delante de los jueces para que lo obligaran a negar que Jesús es el Cristo, y lo forzaran a renunciar al Hijo de Dios y al poder de su resurrección. Con estos propósitos, el sumo sacerdote, los escribas y los fariseos lo plantaron sobre el pináculo del templo durante el tiempo de la pascua para que renunciara a Cristo delante de todo el pueblo. Pero cuando estuvo de pie delante del pueblo, confesó con mayor confianza que Jesucristo era el Mesías prometido, el Hijo de Dios, que Él está sentado a la diestra de Dios, y que volverá otra vez en las nubes del cielo para juzgar a los vivos y los muertos.
Escuchando el testimonio de Jacobo, la multitud del pueblo alabó a Dios, magnificando el nombre de Cristo. En consecuencia, los enemigos de la verdad clamaron: “¡Oh, el Justo también ha errado! ¡Saquémoslo de aquí, pues es peligroso!” Entonces lo arrojaron de allí y lo apedrearon.
Pero no murió por la caída y el ser apedreado, sino que solamente las piernas se le habían fracturado. Él entonces, arrodillado, oró por aquellos que lo habían apedreado, diciendo: “Perdónalos, Señor; pues no saben lo que hacen.”
A cuenta de esto, uno de los sacerdotes pidió salvarle la vida, diciendo: “¿Qué hacen? El Justo ora por nosotros. ¡Dejen de apedrearlo!” Pero otro de los que estaba presente, teniendo en la mano un garrote, lo golpeó en la cabeza hasta hacerlo morir. Durmió en el Señor y lo enterraron en el sitio donde había sido arrojado del templo. Esto sucedió en el año 63 d.C. Fue el año séptimo del reinado de Nerón. El sumo sacerdote Ananías instigó este lamentable hecho.
Marcos el evangelista, murió en camino al ser arrastrado hasta llegar a la estaca en Alejandría, 64 d.C
Marcos el evangelista fue sobrino de Bernabé. Su madre, una mujer piadosa, dio su casa en Jerusalén para reunir allí a los cristianos. Él acompañó a Pablo y Bernabé en sus viajes misioneros, pero en el viaje a Pamfilia, regresó a Jerusalén. Hechos 12:25; 13:13.
Tiempo después, el apóstol Pablo lo recomendó a la iglesia de Colosas, pidiéndoles que lo recibieran como a un compañero en el reino de Dios. También ordenó a Timoteo traer a Marcos con él, porque era útil para su ministerio. Col.4:10; 1 Ti.4:11.
Este Marcos estaba en prisión con Pablo y lo sirvió fielmente en sus cadenas. Filemón 23,24. El apóstol Pedro en su epístola llamó a Marcos hijo suyo 1 Pedro 5:13; indudablemente porque por medio del evangelio lo había regenerado en Cristo. Luego, llegó a ser su discípulo, intérprete y escritor del evangelio que él había enseñado.
Tiempo después, cuando Marcos fue enviado por Pedro a Egipto, viajó a través de Aquilea, la ciudad capital de Friol, donde convirtió a muchos a la fe y nombró a Hermágoras como obispo de esa iglesia. Luego viajó a África: Libia, Marmórica y Pentápolis con la enseñanza del evangelio.
Referente al fin de su vida, Galecio declara que él murió como mártir: En el octavo año del gobierno de Nerón, en la fiesta de la pascua; mientras Marcos predicaba el recuerdo bendito del sufrimiento y la muerte de Cristo a la iglesia de Alejandría, los sacerdotes paganos y la población entera se apoderó de él. Con ganchos y cuerdas amarraron su cuerpo, lo sacaron de la congregación arrastrándolo por las calles hasta fuera de la ciudad. Mientra era arrastrado su carne se adhería a las piedras y su sangre salpicaba sobre el suelo, hasta que con las últimas palabras pronunciadas por su Salvador, entregó su espíritu en las manos del Señor.
Luego, los paganos intentaron quemar su cuerpo muerto, pero ya que fueron impedidos por una tormenta, los cristianos lo tomaron y lo sepultaron. Esto sucedió el 21 de Abril del 64 d.C
LAS DIEZ PERSECUCIONES SANGRIENTAS CONTRA LOS CRISTIANOS EN DÍAS DEL IMPERIO ROMANO
LA PRIMERA PERSECUCIÓN IMPERIAL CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO EL EMPERADOR NERÓN, 66 D.C
En cuanto a la manera en que los cristianos fueron torturados y muertos en tiempos de Nerón, A. Melino da la siguiente narración de Tácito y de otros escritores romanos. Cuatro formas de tortura extremadamente crueles e innaturales fueron empleadas contra los cristianos.
Primeramente, los vestían con pieles de animales domésticos y salvajes para luego ser despedazados por perros u otros animales salvajes. En segundo lugar, siguiendo el ejemplo de su Salvador, los fijaban vivos a cruces de diversas maneras.
En tercer lugar, después de herirlos cruelmente con azotes o varas, los cristianos inocentes eran quemados y ahumados por los romanos, poniendo antorchas y lámparas debajo de sus hombros y en otras partes blandas de sus cuerpos desnudos. También los quemaban con virutas de madera encendidas y con haces de leña. Para eso, ataban a los cristianos a estacas que costaban apenas medio estatero, que es como un centavo cada una. Por tal motivo, a los cristianos se les consideraba personas de poco valor, y así eran quemados a fuego lento.
En cuarto lugar, estos mártires cristianos acusados miserablemente eran usados como velas, antorchas o lámparas, para dar luz y así iluminar de noche los coliseos romanos.
A algunos los ataban o clavaban a estacas, sujetándolos con un gancho que les insertaban por la garganta para que no pudieran mover la cabeza cuando derramaban sobre su cabeza cera, sebo y otras sustancias inflamables e hirvientes, y entonces les prendían fuego. Como resultado de esto, toda la materia untuosa del cuerpo humano, derritiéndose al caer, iba formando surcos largos sobre las arenas del teatro. De este modo, seres humanos eran encendidos como antorchas y quemados como lumbreras en la noche para los malvados romanos.
Juvenal y Marcial, ambos poetas romanos, así como también Tertuliano, cuentan esto de manera diferente, diciendo que los romanos los envolvían en un manto de dolor o de fuego, atando sus manos y pies, a fin de que se les derritiera el mismo tuétano de los huesos.
Lo que es más, A. Melino declara de los ya mencionados autores, en lo concerniente a aquellos mantos, que los tales eran hechos de papel o de lino. Los empapaban gruesamente de aceite, brea, cera, resina, sebo o azufre, y se los rociaba por todo el cuerpo para luego encenderlos.
Para presenciar este espectáculo, Nerón donó sus jardines, apareciendo él mismo entre la gente, llevando la ropa de un cochero, tomando parte activa en los juegos como cochero y guiando un carro puesto de pie en el circo.
A continuación una cita de Tácito, un historiador romano no cristiano, describe los tormentos de la primera persecución imperial contra los cristianos llevada a cabo por Nerón:
A fin de contrarrestar el rumor (que señalaba a Nerón como el culpable del incendio de Roma), él acusó a personas llamadas por la gente “cristianos” y quienes eran odiados por sus fechorías, culpándolos y condenándolos a los mayores tormentos. El Cristo de quien habían tomado el nombre, había sido ejecutado en el reino de Tiberio por el procurador Poncio Pilatos; pero aunque esta superstición había sido abandonada por un momento, surgió de nuevo, no sólo en Judea, el país original de esta plaga, sino en la misma Roma, en cuya ciudad cada ultraje y cada vergüenza encuentra un hogar y una gran diseminación. Primeros unos fueron detenidos y confesados, y, después, basándose en su denuncia, un gran número de otros, quienes no eran acusados del crimen del incendio sino del odio a la humanidad. Su ejecución (la muerte de los cristianos) constituyó una diversión pública; fueron cubiertos con las pieles de fieras y después devorados por perros, crucificados o llevados a la pira y quemados al venir la noche, iluminando la ciudad. Para este espectáculo Nerón facilitó sus jardines, y hasta preparó juegos de circo en los cuales se mezcló con el pueblo con el traje de carretero, o montado en un carro de carrera. 2
Pablo, el apóstol de Cristo, perseguido y finalmente decapitado en Roma bajo el emperador Nerón, 69 d. C.
Saulo, después llamado Pablo, era de descendencia judía, hebreo de la tribu de Benjamín. Pero en cuanto a su padre y madre, no se encuentra ningún registro en las Sagradas Escrituras.
En cuanto al lugar de su nacimiento, sus padres, ya sea por la persecución, o por la guerra romana o por alguna otra razón, dejaron su lugar de residencia entre la porción de Benjamín, y fueron a vivir en la ciudad romana libre de Cilicia, llamada Tarso. Allí nació Pablo quien a pesar de ser judío, por razón del privilegio de nacer en tal ciudad, llegó a ser un ciudadano romano.
En cuanto a su educación temprana, fue diligentemente instruido por el sabio Gamaliel en la ley de sus padres.
Vivió sin falta, según la ley de Moisés y de los santos profetas, y de la forma más estricta según la costumbre judía. Pero puesto que aún no había sido instruido correctamente en la doctrina del santo evangelio, manifestó un celo equivocado, y persiguió a la iglesia de Cristo. Sí, al punto que en la muerte de Esteban, guardó las ropas de los que le dieron muerte.
Pero después, habiendo obtenido cartas de los sacerdotes de Jerusalén a las sinagogas de Damasco, en las que se pedía traer presos a hombres y mujeres que confesaban el nombre de Cristo, el Señor del cielo lo detuvo en su camino, diciendo: “Saulo, Saulo, ¿por qué me persigues? Él respondió: ¿Quién eres, Señor?” Y le dijo: “Yo soy Jesús, a quién tú persigues; dura cosa te es dar coces contra el aguijón. Él, temblando y temeroso, dijo: Señor, ¿qué quieres que yo haga?” Y el Señor le dijo: “Levántate y entra en la ciudad, y se te dirá lo que debes hacer.” Los hombres que iban con Saulo se pararon atónitos, oyendo a la verdad la voz, pero sin ver a nadie. Entonces Saulo se levantó de tierra, y abriendo los ojos, no veía a nadie; así que, lo llevaron por la mano a Damasco, donde estuvo tres días sin ver, y no comió ni bebió. Había entonces en Damasco un discípulo llamado Ananías, a quien el Señor dijo en visión:… Levántate, y ve a la calle que se llama Derecha, y busca en casa de Judas a uno llamado Saulo, de Tarso; porque he aquí, él ora… Entonces Ananías respondió: Señor he oído de muchos acerca de este hombre, cuántos males ha hecho a tus santos en Jerusalén… El Señor le dijo: Ve, porque instrumento escogido me es éste, para llevar mi nombre en presencia de los gentiles, y de reyes, y de los hijos de Israel; porque yo le mostraré cuánto le es necesario padecer por mi nombre. Fue entonces Ananías y entró en la casa, y poniendo sobre él las manos, dijo: Hermano Saulo, el Señor Jesús, que se te apareció en el camino por donde venías, me ha enviado para que recibas la vista y seas lleno del Espíritu Santo. Y al momento le cayeron de los ojos como escamas, y recibió al instante la vista; y levantándose, fue bautizado” (Hechos 9:4-18).
Así fue la conversión de Saulo, a quien después se le llamó Pablo y llegó a ser uno de los principales apóstoles de nuestro Señor Jesucristo. Sí, llegó a trabajar más abundantemente que todos los demás.
De sus viajes misioneros, él da un repaso breve en su segunda epístola a la iglesia de Corinto, donde escribe así: “De los judíos cinco veces he recibido cuarenta azotes menos uno. Tres veces he sido azotado con varas; una vez apedreado, tres veces he padecido naufragio; una noche y un día he estado como náufrago en alta mar; en caminos muchas veces; en peligros de ríos, peligros de ladrones, peligros de los de mi nación, peligros de los gentiles, peligros en la ciudad, peligros en el desierto, peligros en el mar, peligros entre hermanos falsos, en trabajo y fatiga, en muchos desvelos, en hambre y sed, en muchos ayunos, en frío y desnudez” 2 Corintios 11:24-27.
Según la primera epístola a los Corintios, lo arrojaron a las bestias salvajes en el teatro en Éfeso para que lo despedazaran, o al menos para que tuviera que luchar por su vida con las bestias, de lo cual Dios lo libró. En cuanto a esto, él mismo escribió: “Si como hombre batallé en Éfeso contra fieras, ¿qué me aprovecha?” 1 Corintios 15:32.
En cuanto a su encarcelamiento en Roma, casi todos los antiguos escritores opinan que, aunque casi todos sus amigos lo habían abandonado cuando le tocó presentar su defensa, habiendo sido llevado ante el César, se defendió tan inteligentemente contra las acusaciones de los judíos, que se le puso en libertad por un tiempo. Pero cuán cierto sea, lo dejamos a su propio mérito, y al Dios omnisciente.
Pero lo siguiente es cierto. Mientras estaba preso en Roma, escribió a su hijo espiritual, Timoteo, diciéndole que ya estaba listo para ser ofrecido como libación y que la hora de su partida estaba ya a la mano. Dijo que lo confortaba el pensamiento de que había peleado la buena batalla, terminado su carrera, y guardado la fe, y que para él ya estaba preparada una corona de justicia, la cual el Señor, el juez justo, le daría en aquel día (2 Ti. 4:6-8).
Según los registros antiguos, él fue entonces decapitado a órdenes de Nerón, a las afueras de Roma, en el camino a Ostia, llamado Vía Ostiense, donde los romanos tenían el lugar de las ejecuciones, en el último año de Nerón, el 69 d. C.
El apóstol Andrés crucificado en Patras, Acaya, 70 d. C.
Andrés, el hijo de Jonás y hermano de Pedro, era nativo de Betsaida, Galilea. Primeramente había sido discípulo de Juan el Bautista. Y ya que era mayor que Pedro y llegó a conocer a Cristo antes que aquel, llevó a su hermano a Cristo, el verdadero Mesías. Siendo pescador como Pedro, el Señor le llamó prometiendo hacerlo pescador de hombres. Juan 1:40-44; Mateo 4:18-19
Él, junto con sus compañeros en el ministerio, recibió orden de predicar el evangelio en todo el mundo y en todas las naciones. Con este fin recibió el Espíritu Santo en toda su plenitud el día de Pentecostés.
Habiendo marchado en obediencia al mandato de Cristo, fue a enseñar a muchos lugares, tales como Ponto, Galacia, Bitinia, Antropofagia, y Escitia. También viajó por los países nórdicos y por los del sur, llegando a Bizancio, y más lejos aún, hasta Tracia, Macedonia, Tesalia y Acaya. Por todas partes predicaba a Cristo, convirtiendo a muchos al reino de Dios.
En cuanto a la causa y manera de su muerte, poseemos el siguiente relato: En Patras, ciudad de Acaya, convirtió a la fe cristiana, entre muchos otros, a Maximilia, esposa de Agueo, el gobernador. Por esta razón el gobernador se enfureció contra Andrés y lo amenazó de muerte en la cruz. Pero Andrés dijo al gobernador: “Si hubiera temido a la muerte de cruz, no habría predicado la majestad y la gloria de la cruz de Cristo.”
Los enemigos de la verdad, habiéndolo apresado, sentenciaron de muerte al apóstol Andrés. Él fue gozosamente al lugar donde iba a ser crucificado. Llegando a la cruz, dijo: “¡Oh, amada cruz! Grandemente te he anhelado. Me gozo al verte aquí alzada. A ti me acerco con una conciencia pacífica y con alegría, deseando yo ser también crucificado, como discípulo de Cristo quien fue colgado en la cruz.” Y el apóstol entonces dijo más: “Cuanto más me acerco a la cruz, más me acerco a Dios. Y entre más lejos esté de la cruz, más lejos permanezco de Dios.”
El santo apóstol estuvo colgado en la cruz durante tres días. Sin embargo, no se calló y, mientras podía mover la lengua, instruía a los que venían junto a la cruz a creer en la verdad, diciendo entre otras cosas: “Gracias a mí Señor Jesucristo que, habiéndome usado por algún tiempo como embajador de su Palabra, me permite ahora tener este cuerpo, para que yo, por medio de una buena confesión, pueda obtener la gracia y la misericordia. Manténganse firmes en la Palabra y en la doctrina que han recibido, instruyéndose los unos a los otros, para que puedan vivir juntamente con Dios en la eternidad y recibir el fruto de sus promesas.”
Los cristianos y otras personas piadosas suplicaron al gobernador que les entregara a Andrés para bajarlo de la cruz. (Pues al parecer, a él no lo clavaron en la cruz como Cristo, más bien lo amarraron.) Pero cuando el apóstol se enteró de aquello, alzó la voz a Dios, diciendo: “¡Oh, Señor Jesucristo!, no permitas que tu siervo que aquí cuelga de este árbol por tu nombre, sea soltado otra vez para morar entre los hombres; sino recíbeme. ¡Oh mí Señor, mí Dios! A quien he amado, a quien he conocido, a quien me aferro, a quien deseo ver, y en quien soy lo que soy.” Y habiendo dicho estas palabras, el santo apóstol entregó su espíritu en manos de su Padre celestial.
Tomás, apóstol de Cristo, atormentado con fierros al rojo vivo, echado al horno y su costado traspasado con lanzas por los salvajes en Calamina alrededor del año 70 d.C.
Tomás, llamado Dídimo, era nativo de Galilea y su ocupación, según parece, era pescador (Juan 11:16). De sus padres y del tiempo de su conversión, no nos informan nada los evangelios. Solamente hacen mención de su llamamiento al apostolado (Mateo 10:3).
Él mostró su amor y afecto ardiente que tenía para Cristo cuando exhortaba a sus hermanos que fueran a Jerusalén para morir con él (Juan 11:16). Pero puesto que aún no había resistido hasta la sangre y habiendo obrado mal en la muerte de Cristo, él y los demás discípulos abandonaron al Señor en tiempo de prueba (Juan 14:5; Mateo 26:31).
Después, cuando el Señor había resucitado y aparecido a los demás apóstoles en ausencia de Tomás, él no podía creer, como dijo, “si no metiere mi dedo en el lugar de los clavos” con los cuales el Señor había sido crucificado y “metiere mi mano en su costado, no creeré”. Pero, cuando el Señor vino de nuevo y apareció también a él, Tomás le dijo: “¡Señor mío y Dios mío!” (Juan 20:24-28).
Después de esto, él junto con los demás apóstoles recibió mandamiento de predicar el evangelio por todo el mundo y bautizar a los creyentes. Para este fin, diez días después, en el día de Pentecostés, él y sus condiscípulos recibieron el Espíritu Santo en plena abundancia (Mateo 28:19,20 y Marcos 16:15,16).
Según otros libros históricos, a Tomás le tocó evangelizar a las naciones de la India, Etiopía y muchas más. Parece que tenía miedo de los árabes y de los pueblos salvajes de la India. Sin embargo, habiendo sido fortalecido por Dios, obedeció; y muchos abrazaron a la verdad por medio de su obra.
Respecto a la muerte de Tomás, la historia más verídica encontrada es la siguiente: En Calamina, una ciudad de las Indias Orientales, él puso fin a la idolatría abominable de los paganos, quienes adoraban a una imagen del sol. Por medio del poder de Dios obligó al maligno que destruyera la imagen. Por tanto, los sacerdotes paganos lo acusaron delante de su rey, quien lo sentenció a ser quemado con fierros calentados al rojo vivo y después a ser echado a un horno de fuego ardiendo. Pero cuando los sacerdotes idólatras, parados delante del horno, vieron que el fuego no le dañaba, traspasaron su costado con lanzas y de esta manera él dio testimonio del Señor Jesucristo, siendo constante hasta el fin. Según la historia, su cuerpo fue sacado de las ascuas y sepultado en el mismo lugar.
LA SEGUNDA PERSECUCIÓN CONTRA LOS CRISTIANOS BAJO EL EMPERADOR DOMICIANO QUE COMENZÓ EL 93 D.C
Lucas el evangelista, colgado de un árbol de olivo, Grecia, 93
Lucas, según el testimonio de los antiguos, nació en Siria, Antioquía. Fue médico de ocupación y parece que no tenía esposa. Fue la voluntad de Dios usarlo como un médico de almas. Con dicho fin, dejó a la humanidad dos libros excelentes de medicina espiritual: el Evangelio y los Hechos de los apóstoles.
Según la opinión de Jerónimo, antes de su conversión, fue un judío prosélito, descendiente gentil; lo cual es bastante probable, ya que de acuerdo al juicio de los lingüistas, su estilo es más excelente y perfecto en griego que en hebreo.
Después de lo cual, se convirtió al cristianismo por medio de la predicación de Pablo el 38 d.C Llegó a ser un discípulo de los apóstoles, pero especialmente un compañero de viajes del apóstol Pablo; pues él estuvo con el apóstol en muchas dificultades y peligros por mar y tierra.
Lucas estuvo unido a Pablo y fue su especial amigo en tal grado que, según los antiguos, él escribió el Evangelio bajo su dictado e instrucción. Lucas, por tanto, no sólo acompañó a Pablo en sus viajes, sino también durante su encarcelamiento en Roma. Él compareció dos veces junto con Pablo ante el emperador Nerón.
Respecto a su fin, algunos escribieron que, mientras predicaba en Grecia, fue colgado a un árbol de olivo por los paganos impíos.
El apóstol Juan desterrado a la isla de Patmos, 97 d. C.
Juan, apóstol y evangelista, fue uno de los hijos de Zebedeo y hermano de Jacobo el mayor. Nació en Nazaret y era pescador de oficio (Mateo 4:21). A él lo llamó Cristo cuando lo vio ocupado junto con su padre, remendando las redes para la pesca. En seguida dejó las redes, el barco y su padre, y, con Jacobo, su amado hermano, siguió a Cristo.
Después de ser discípulo, se convirtió en apóstol de Cristo y fue contado entre los doce que el Señor había escogido para su servicio.
Después de la resurrección de Cristo, se mostró tan ansioso que al correr hacia la tumba del Señor juntamente con Pedro, su compañero apóstol, se le adelantó a Pedro, mostrando así el afecto que sentía por su Señor quien había sufrido una muerte deshonrosa y que había sido enteramente abandonado por sus demás amigos. Juan 20:4
Años más tarde, a fin de refutar los errores hechos por Ebión y Cerinto, 3 quienes negaban la divinidad de Cristo, él escribió su evangelio para glorificar y exaltar a su Salvador, comenzando de esta manera: “En el principio era el Verbo, y el Verbo era con Dios, y el Verbo era Dios. Este era en el principio con Dios. Todas las cosas por él fueron hechas, y sin él nada de lo que ha sido hecho, fue hecho.” También leemos: “Y aquel Verbo fue hecho carne” Juan 1:1-14. Con estas palabras, nos da a entender la verdadera encarnación del Hijo de Dios, a quien sea la alabanza y la gloria para siempre. Amén.
A Juan se le llama en el evangelio el amado del Señor, o el discípulo a quien Jesús amaba, porque el Señor amó a Juan de manera especial.
Pero ya que es la voluntad de Dios llevar a sus hijos a la gloria por medio de mucha tribulación y aflicción, este amado amigo de Cristo tampoco se pudo escapar, sino que a través de toda su vida fue probado con diversas tribulaciones, según lo que el Señor les había dicho a él y a su hermano Jacobo: “A la verdad, del vaso que yo bebo, beberán, y con el bautismo con que yo soy bautizado, serán bautizados” Marcos 10:39. Es decir, serán sujetos al sufrimiento y aflicción como fue sujeto Cristo.
Esto llegó a cumplirse en él de varias maneras. Los antiguos escritores escribieron que en Roma lo metieron en una tina llena de aceite hirviendo, pero que milagrosamente de ella fue salvo, el mérito de lo cual dejamos sin dudarlo. También según las Escrituras, es cierto, que a él le tocó pasar largo tiempo en la desértica isla de Patmos, donde había sido desterrado por causa del testimonio de Jesucristo. Con respecto a ello, Juan mismo hace esta declaración: “Yo Juan, su hermano, tengo parte con ustedes en la tribulación, en el reino y en la paciencia de Jesucristo, estaba en la isla llamada Patmos, por causa de la palabra de Dios, y el testimonio de Jesucristo” Apocalipsis 1:9.
Pero por quién o por qué había sido desterrado a esa desértica isla, no nos dicen las Escrituras, excepto que él estaba en tribulación por la Palabra y por el Señor. Algunos de los escritores antiguos, sin embargo, sostienen que el emperador Domiciano desterró a Juan en 97 d.C, quien lo había sentenciado y desterrado allí en su ira y disgusto, porque Juan predicaba la Palabra de Dios.
En dicha isla, situada en el Mediterráneo entre Asia menor y Grecia, aproximadamente a unos ciento noventa kilómetros hacia el noroeste de Jerusalén, fue en verdad abandonado por todos, quedándole solamente la compañía de fieras salvajes y animales venenosos que habitaban aquel lugar. No obstante, el Señor habitó junto con él, dándole su consuelo celestial. Durante su destierro, el Señor se le presentó y reveló a Juan muchas cosas hermosas y visiones gloriosas en cuanto a la condición de la iglesia de Dios hasta el fin del mundo.
Él escribió su Apocalipsis o Revelación, un libro excelente, lleno de divinas y verídicas profecías, procedente de las visiones y celestes apariciones. Algunas han sido ya cumplidas, pero otras aún faltan por cumplirse.
Cuando la hora de su partida se acercaba, el Señor le habló en esa isla, diciendo: “Ciertamente vengo pronto”, y Juan contestó con un alma llena de consuelo: “Amén; sí, ven Señor Jesús” Apocalipsis 22:20.
Cuando el emperador Domiciano, quien lo había desterrado a esa isla, murió y Nerva reinaba en su lugar, Juan fue librado y llevado de vuelta a Éfeso, donde antes había sido obispo de la iglesia. Esto ocurrió como en el año 99 d. C. según la historia. Consecuentemente, el confinamiento de Juan duró dos años allí. Los antiguos escriben que todavía sufrió mucho por el nombre de Cristo y fue obligado a beber veneno. Pero el veneno no le hizo daño según la promesa de Cristo. Finalmente murió en paz en Éfeso, durante el reinado del emperador Trajano, después de haber servido en el santo evangelio por cincuenta y un años, siendo ya de la edad de ochenta años. Y así, esta gran luz reposa en el Asia.
NOTAS:
1. Los ebionitas fueron una secta herética que creía en Jesús como el Mesías judío. No obstante, no aceptaban su divinidad y continuaron guardando la ley de Moisés. Si desea tener mayor información sobre las enseñanzas de los ebionitas, le recomendamos leer el Diccionario de la iglesia primitiva bajo el tema “Herejes, herejías.” II.3.1. ebionitas
2. Esta cita fue tomada del Diccionario de la iglesia primitiva del tema Persecución, publicado por laiglesiaprimitiva.com
3. Si desea saber más sobre las enseñanzas de estos falsos maestros de los siglos uno y dos, le recomendamos leer el Diccionario de la iglesia primitiva bajo el tema “Herejes, herejías.”
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