QUE HABLEN LOS PRIMEROS CRISTIANOS

EL RETO A LA IGLESIA DE HOY A LA LUZ DEL CRISTIANISMO PRIMITIVO

Capítulo 6 Lo que creyeron los primeros cristianos acerca de la salvación

Cuando primero empecé a estudiar los escritos de los primeros cristianos , me extrañé de lo que veía. Después de pasar unos días leyéndolos, devolví los libros al estante y decidí abandonar mi investigación. Pero entonces me puse a analizar mi reacción, y me di cuenta de que el problema estaba en que sus escritos contradecían muchas de las creencias mías.

Al decir esto, no quiero decir que no hallé apoyo para ninguna de mis creencias en los escritos de los primeros cristianos. Su modo de entender el cristianismo confirmaba mucho de lo que yo entendía. Pero a la vez, a menudo enseñaban lo contrario de lo que yo creía, y hasta calificaban de heréticas a algunas de mis creencias. Probablemente esto mismo podría decirse de muchas de las creencias de usted.

Voy a dar cinco ejemplos de lo que digo en los cinco capítulos a continuación. Estos cinco capítulos tratan cinco puntos de doctrina que casi todos los primeros cristianos aceptaban. Las cinco doctrinas que he escogido no son las más difíciles de aceptar para muchos de nosotros, pero tampoco son las más fáciles. Tal vez usted concuerde con las creencias de ellos en algunos de estos puntos, pero dudo que concuerde con todas. Por favor entienda que no exijo que usted acepte la creencia de ellos en todos los puntos. Pero sí suplico que los escuche con respeto.

¿Somos salvos sólo por la fe?

Casi todos los evangélicos proclaman en alta voz que somos salvos sólo por la fe. Pensáramos que seguramente los compañeros fieles de los apóstoles enseñaran eso mismo. ¿No es ésa la doctrina fundamental de la Reforma? En verdad, hasta decimos que aquellos que no afirman esta doctrina no pueden ser en realidad cristianos.

Cuando los evangélicos de hoy hablan de la historia de la iglesia primitiva , nos dicen que los primeros cristianos enseñaban nuestra doctrina de la salvación sólo por la fe. Afirman que después de que el emperador Constantino corrompió a la iglesia primitiva, poco a poco se introdujo la idea de que las obras también desempeñan un papel en la salvación. Como ejemplo de esto cito un pasaje del libro de Francis Schaeffer, How Shall We Then Live? (¿Cómo debemos entonces vivir?). Después de describir la caída del imperio romano, Schaeffer escribe: “Gracias a los monjes, la Biblia se preservó, como también partes de las obras clásicas en griego y latín… Sin embargo, el cristianismo puro presentado en el Nuevo Testamento poco a poco se torció. Un elemento humanístico se añadió: Más y más la autoridad de la iglesia prevaleció sobre la enseñanza de la Biblia. Y se daba más y más énfasis a la parte de los hombres en merecer los méritos de Cristo para recibir así la salvación, en vez de descansar la salvación sólo sobre los méritos de Cristo.”1

Schaeffer y otros dejan la impresión de que los primeros cristianos no creyeron que nuestros méritos y nuestras obras afecten nuestra salvación. Dan a entender que esta doctrina se infiltró en la iglesia después del tiempo de Constantino y la caída del imperio romano. Pero eso no es cierto.

Los primeros cristianos sin excepción creían que las obras, o sea la obediencia, desempeñan un papel esencial en la salvación. Tal afirmación puede extrañar en gran manera a muchos evangélicos. Pero no cabe duda de que sea cierto. A continuación cito (en orden más o menos cronológico) de los escritos de casi cada generación de los primeros cristianos, comenzando con el tiempo del apóstol Juan hasta la hora de la inauguración de Constantino.

Clemente de Roma, compañero del apóstol Pablo2 y obispo de la iglesia primitiva en Roma, escribió: “Es necesario, por tanto, que seamos prontos en la práctica de las buenas obras. Porque él nos advierte de antemano: ‘He aquí el Señor viene, y con él el galardón, para recompensar a cada uno según sea su obra.’… Así que, luchemos con diligencia para ser hallados entre aquellos que le esperan, para que recibamos el galardón que nos promete. ¿De qué manera, amados, podemos hacer esto? Fijemos nuestros pensamientos en Cristo. Busquemos lo que le agrade y la plazca. Hagamos sólo lo que armonice con su santa voluntad. Sigamos el camino de la verdad, desechando todo lo injusto y todo pecado.”3

Policarpo, el compañero personal del apóstol Juan, enseñó esto: “El que resucitó a Cristo a nosotros también nos resucitará—si hacemos su voluntad y andamos en sus mandamientos y amamos lo que él amó, guardándonos de toda injusticia.”4

La epístola de Bernabé dice: “El que guarda estos [mandamientos] será glorificado en el reino de Dios; pero el que se aparta a otras cosas será destruido junto con sus hechos.”5

Hermes, quien probablemente era contemporáneo del apóstol Juan, escribió: “Sólo aquellos que temen al Señor y guardan sus mandamientos tienen la vida de Dios. Pero en cuanto a aquellos que no guardan sus mandamientos, no hay vida en ellos… Por tanto, todos aquellos que menosprecian y no siguen sus mandamientos se entregan a la muerte, y cada uno se responsabilizará por su propia sangre. Pero te suplico que obedezcas sus mandamientos, y así hallarás el remedio para tus pecados anteriores.”6

En su primera apología, escrita antes del año 150, Justino escribió a los romanos: “Hemos sido enseñados . . . que Cristo acepta sólo a aquellos que imitan las virtudes que él mismo tiene: la abnegación, la justicia, y el amor a todos… Y así hemos recibido que si los hombres por sus obras se muestran dignos de su gracia, son tenidos por dignos de reinar con él en su reino, habiendo sido liberados de la corrupción y los sufrimientos.”7 Clemente de Alejandría, escribiendo hacia el año 190, dijo: “El Verbo, habiendo revelado la verdad, ilumina para los hombre la cumbre de la salvación, para que arrepintiéndose sean salvos, o rehusando obedecer sean condenados. Esta es la proclamación de la justicia: para aquellos que obedecen, regocijo; pero para aquellos que desobedecen, condenación.”8 Y otra vez escribió: “Quien obtiene [la verdad] y se distingue en las buenas obras . . . ganará el premio de la vida eterna… Algunas personas entienden correcta y adecuadamente que [Dios provee el poder necesario], pero menospreciando la importancia de las obras que conducen a la salvación, dejan de hacer los preparativos necesarios para alcanzar la meta de su esperanza.”9

Orígenes, quien vivió en los primeros años del tercer siglo, escribió: “El alma será recompensada de acuerdo a lo que merece. O será destinada a obtener la herencia de la dicha y la vida eterna, si es que sus obras hayan ganado ese premio, o será entregada al fuego y los castigos eternos, si la culpa de sus delitos le hayan condenado a eso.”10

Hipólito, un obispo cristiano contemporáneo de Orígenes, escribió: “Los gentiles, por la fe en Cristo, preparan para sí la vida eterna mediante las buenas obras.”11

Otra vez escribió: “[Jesús], administrando el justo juicio de su Padre a todos, le da a cada uno en justicia de acuerdo a sus obras… La justicia se verá en recompensar a cada uno conforme a lo que es justo; a aquellos que han hecho el bien, justamente se les dará la dicha eterna. A los que amaban la impiedad, se les dará el castigo eterno… Pero los justos se acordarán sólo de sus obras de justicia por medio de las cuales alcanzaron el reino eterno.”12 Cipriano escribió: “El profetizar, el echar fuera demonios, y el hacer grandes señales sobre la tierra ciertamente son cosas de estimar y de admirar. Sin embargo, una persona no alcanza el reino de los cielos, aunque hubiera hecho todo eso, a menos que ande en la obediencia, en el camino recto y justo. El Señor dice: ‘Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad’ [Mateo 7.22-23]. Nos hace falta la justicia para que seamos tenidos por dignos ante Dios, el Juez. Tenemos que obedecer sus preceptos y sus advertencias para que nuestros méritos reciban su recompensa.”13

Por último, veamos lo que Lactancio escribió a los romanos al principio del siglo cuarto: “¿Por qué, pues, hizo al hombre débil y mortal? . . . Para que se pudiera poner delante de él la virtud, eso es, el soportar las iniquidades y las fatigas, por medio de lo cual él pueda ganar la recompensa de la inmortalidad. El hombre consta de dos partes, el cuerpo y el alma. El uno es terrenal, mientras el otro es celestial. Así entendemos que se le da dos vidas. La primera, la que tiene en el cuerpo, es temporal. La otra, la que pertenece al alma, es eterna. Recibimos la primera cuando nacemos. Alcanzamos la segunda por luchar, porque el hombre no alcanza la inmortalidad sin las dificultades… Por esta razón, nos ha dado la vida presente, para que o perdamos la vida verdadera y eterna por causa de nuestros pecados, o la ganemos por nuestras virtudes.”14

De cierto, todos los escritores primeros cristianos que tratan el tema de la salvación presentan esta misma creencia.

¿Quiere decir eso que los primeros cristianos enseñaron que ganamos la salvación por nuestras obras?

No, los primeros cristianos no enseñaron que ganamos la salvación por acumular más y más buenas obras. Supieron y destacaron que la fe es esencial a la salvación, y que sin la gracia de Dios nadie se salva. Todos los escritores que acabo de citar daban énfasis también a esa verdad. Aquí voy a dar unos ejemplos: Clemente de Roma escribió: “No podemos justificarnos nosotros mismos. No por nuestra sabiduría, ni entendimiento, ni piedad, ni nuestras obras nacidas de la santidad del corazón. Sino por la fe por medio de la cual el Dios Todopoderoso ha justificado a todos los hombres desde el principio.”15

Policarpo escribió: “Muchos desean entrar en este gozo, sabiendo que ‘por gracia son salvos, no por obras’, y por la voluntad de Dios en Jesucristo”16 (Efesios 2.8). Bernabé escribió: “Para eso el Señor entregó su cuerpo a la corrupción, para que seamos santificados por el perdón de los pecados, por medio de su sangre.”17

Justino escribió: “Nuestro Cristo, quien sufrió y fue crucificado, no cayó bajo la maldición de la ley. Al contrario, él manifestó que sólo él podrá salvar a los que no se aparten de su fe… Como la sangre de la pascua salvó a los que estaban en Egipto, así mismo la sangre de Cristo salva de la muerte a los que creen.”18

Clemente de Alejandría escribió: “Sigue que hay un solo don inmutable de salvación dado por un Dios, por medio de un Señor, pero ese don abarca muchos beneficios.”19 Y otra vez: “Abraham no fue justificado por obras, sino por la fe [Romanos 4.3]. Por eso, aunque hicieran buenas obras ahora, de nada les servirá después de la muerte, si no tienen fe.”20

¿Puede tener fe el que tiene obras? Y el que tiene fe, ¿puede tener obras también?

Tal vez usted esté diciendo entre sí: “Ahora sí estoy confundido. Primero dicen que somos salvos por las obras, y luego dicen que somos salvos por la fe o por la gracia. ¡Parece que ellos mismos se contradicen!”

No se contradicen. Nuestro problema está en que Agustín, Lutero y otros teólogos nos han convencido de que hay una contradicción irreconciliable entre ser salvo por gracia y ser salvo por obras. Nos han dicho que hay sólo dos posibilidades en cuanto a cómo ser salvo: o es el don de Dios, o es el premio que ganamos por las obras. En la lógica, esta manera errónea de razonar se conoce como el dilema falso. Es decir, es dilema que uno mismo crea por su manera de pensar.

Los primeros cristianos hubieran replicado que un don siempre es un don, aunque se concede a uno sólo a condición que obedezca. Supongamos que un rey pida a su hijo que traiga una cesta de fruto del huerto. Después de volver el hijo, el rey le dice que le da la mitad de su reino. ¿Fue don, o fue salario ese galardón? Claro que fue don. El hijo no hubiera podido ganar la mitad del reino de su padre con sólo cumplir un deber tan pequeño. Que el don fue dado a condición que obedeciera el hijo no cambia el hecho de que siempre fue don.

Los primeros cristianos creyeron que la salvación es don de Dios, pero también creyeron que Dios da ese don a quien él quiere. Y él ha querido darlo sólo a aquellos que le aman y le obedecen. ¿Es eso tan difícil de entender? No decimos nosotros a veces que la asistencia social se debe dar sólo a aquellos que la merecen. Cuando decimos que la merecen, ¿estamos diciendo que la asistencia es un salario que ganan? Claro que no. La asistencia social siempre es un don. Y si brindamos nuestros dones sólo a las personas que consideramos dignas de recibirlos, siempre son dones. No son salario.

“Sí, pero la Biblia dice. . .” Hace poco cuando yo explicaba a un grupo de creyentes lo que los primeros cristianos creían acerca de la salvación, una mujer se puso un poco molesta. De repente exclamó: “Me parece que a ellos les faltaba leer la Biblia”.

Pero los primeros cristianos sí leían la Biblia. Josh McDowell confirma ese hecho muy bien en su libro, Evidence That Demands a Verdict: “J. Herold Greenlee dice que los primeros escritores cristianos ‘citaron tanto el Nuevo Testamento que uno pudiera reconstruir casi todo el Nuevo Testamento sin referirse a los manuscritos.’…

“Clemente de Alejandría (150-212 d. de J.C.). En 2.400 citas cita de todos los libros del Nuevo Testamento menos tres. “Tertuliano (160-222 d. de J.C.) era un anciano de la iglesia en Cartago y cita el Nuevo Testamento más de 7000 veces. De esas citas, más de 3.800 son de los evangelios… “Geisler y Nix concluyen con razón que ‘contar rápidamente lo que sabemos hasta ahora revela que hay más de 32.000 citas del Nuevo Testamento antes de la fecha del concilio de Nicea (325)’.”21

Así que les suplico que no acusen a los primeros cristianos de no leer la Biblia. Estos primeros cristianos bien sabían lo que Pablo escribió acerca de la salvación y la gracia. Pablo enseñó personalmente a ciertos de ellos, como Clemente de Roma. Pero los primeros cristianos no elevaron los escritos de Pablo en Romanos y Gálatas más que las enseñanzas de los otros apóstoles y de Jesús. Cuando leían la enseñanza de Pablo acerca de la gracia, se acordaban también de otras escrituras, como las siguientes:
•?“No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos” (Mateo 7.21).
•?“Mas el que persevere hasta el fin, éste será salvo” (Mateo 24.13).
•?“No os maravilléis de esto; porque vendrá hora cuando todos los que están en los sepulcros oirán su voz; y los que hicieron lo bueno saldrán a resurrección de vida, mas los que hicieron lo malo, a resurrección de condenación” (Juan 5.28-29).
•?“He aquí yo vengo pronto, y mi galardón conmigo, para recompensar a cada uno según sea su obra” (Apocalipsis 22.12).
•?“Ten cuidado de ti mismo y de la doctrina; persiste en ello, pues haciendo esto, te salvarás a ti mismo y a los que te oyeren” (1 Timoteo 4.16).
Al final de este capítulo doy una lista de otros pasajes que citaron.

Así que no es problema de creer las Escrituras, sino de interpretarlas. La Biblia dice que somos “salvos por gracia por medio de la fe, y eso no de [nosotros], pues es don de Dios; no por obras, para que nadie se gloríe” (Efesios 2.8-9). Pero la Biblia también dice que “el hombre es justificado por las obras, y no solamente por la fe” (Santiago 2.24). Nuestra doctrina sobre la salvación acepta la primera de estas declaraciones, pero niega la segunda. La doctrina de los primeros cristianos dio igual valor a ambas declaraciones.

Como dije anteriormente, los primeros cristianos no creyeron que el hombre estuviera totalmente depravado e incapaz de hacer lo bueno. Enseñaron que los hombres somos capaces de obedecer a Dios y amarlo. Pero también creyeron que es imposible que sigamos obedeciendo a Dios toda la vida sin la ayuda de Dios. Para ellos, la obediencia no dependía exclusivamente del poder humano; tampoco dependía exclusivamente del poder de Dios. Dependía de una combinación de ambos elementos. Y ellos entendieron la salvación de semejante manera. De pura gracia Dios ofrece a todos el don del nuevo nacimiento, lo cual nos hace hijos de Dios y herederos de la promesa de la vida eterna. No tenemos que alcanzar cierto nivel de justicia primero. No tenemos que hacer nada para ganar el nuevo nacimiento. No tenemos que propiciar todos los pecados que hemos cometido. Dios borra todo nuestro pasado—de pura gracia. En verdad, somos salvos por gracia, no por obras, así como escribió Pablo. Sin embargo, los primeros cristianos sostenían que nosotros también desempeñamos un papel en nuestra salvación. Primero, tenemos que arrepentirnos y creer en Cristo como nuestro Señor y Salvador para poder recibir la gracia de Dios. Y habiendo recibido el nuevo nacimiento, también tenemos que obedecer a Cristo. Aun así, nuestra obediencia también depende de la gracia de Dios que nos brinda poder y perdón. De esta manera, la salvación comienza con la gracia y termina con la gracia. Pero en medio va la parte del hombre, la fidelidad y la obediencia. En el fondo, entonces, la salvación depende de Dios y depende del hombre. Por eso decía Santiago que somos salvos por las obras, y no sólo por la fe.

¿Puede volver a perderse el que es salvo?

Ya hemos visto que los primeros cristianos creyeron que tenemos que seguir en fe y obediencia si vamos a ser salvos. Lógicamente, entonces, creyeron que una vez salvos podemos volver a perdernos. Por ejemplo, Ireneo, el alumno de Policarpo, escribió: “Cristo no volverá a morir por aquellos que cometen pecado, pues la muerte no se enseñorea más de él… Por eso no debemos jactarnos… Pero sí debemos cuidarnos, para que no dejemos de alcanzar el perdón de pecados y seamos excluidos de su reino. Esto pudiera sucedernos, aunque hubiéramos llegado a conocer a Cristo, si hiciéramos lo que a Dios no le agrada.”22 (Hebreos 6:4-6).

Tertuliano escribió: “Hay personas que actúan como si Dios estuviera bajo obligación de brindar sus dones aun a aquellos que no son dignos de ellos. Convierten la generosidad de Dios en una esclavitud… Porque después, ¿no caen muchos de la gracia de Dios? ¿No se les quita el don que habían recibido?”23

Cipriano escribió a sus compañeros creyentes: “Está escrito: ‘El que persevere hasta el fin, éste será salvo’ [Mateo 10.22]. Lo que precede el fin no es más que un paso en la subida a la cumbre de la salvación. No es el fin de la carrera lo cual nos gana el resultado final de la subida.”24

Muy a menudo los primeros cristianos citaron el pasaje de la Biblia que encontramos en Hebreos 10.26: “Porque si pecáramos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados.” Los predicadores de hoy muchas veces nos dicen que este pasaje no se refiere a personas ya salvas. Si esto fuera el caso, el escritor no supo comunicarlo a sus lectores. Todos los primeros cristianos entendieron que este pasaje habla de los que ya son salvos. Puede que usted crea que los primeros cristianos vivieron siempre sin ninguna seguridad de su salvación. Pero definitivamente no fue así. Aunque creyeron que el Padre celestial pudiera desheredarlos si deseaba hacerlo, el tono de todos sus escritos muestra que no vivieron temerosos de perder su herencia espiritual. ¿Se afana y se preocupa el hijo obediente de que su padre natural pueda desheredarlo?

Los que predicaron la salvación sólo por gracia

Usted puede estar extrañado de lo que he escrito hasta ahora, pero lo que voy a decir ahora es aun más extraño. Había un grupo religioso, llamados herejes por los primeros cristianos, que disputaba fuertemente esta doctrina de la iglesia sobre la salvación y las obras. En oposición a los primeros cristianos, enseñaban que el hombre está totalmente depravado, que somos salvos por gracia solamente, que las obras no tienen que ver con la salvación, y que una vez salvos no podemos perder la salvación.

Sé lo que usted pueda estar pensando: “Ese grupo de ‘herejes’ eran los cristianos verdaderos, y los cristianos ‘ortodoxos’ eran los herejes. Pero tal conclusión es imposible. Digo que es imposible concluir que los herejes fueran cristianos porque al decir “herejes” me refiero a los gnósticos. La palabra griega gnosis quiere decir “ciencia”, y los gnósticos decían que Dios les había revelado un conocimiento más profundo que los primeros cristianos no tenían. Cada maestro gnóstico tenía su propia enseñanza, pero todos más o menos concordaban en decir que el Creador era un Dios distinto al Padre de nuestro Señor Jesús. Este Dios inferior, según ellos, había creado el mundo sin el permiso del Padre celestial. Y esa creación fue una gran equivocación, y el hombre como resultado está totalmente depravado. Ellos decían que el Dios del Antiguo Testamento era ese Creador inferior, y que no es el mismo gran Dios del Nuevo Testamento.

Según ellos, los hombres somos creación de ese Dios inferior, y por lo tanto no tenemos capacidad ninguna de hacer lo mínimo para alcanzar la salvación. Fue una suerte para nosotros que el Padre de nuestro Señor Jesucristo tuvo piedad de nosotros y mandó a su Hijo para salvarnos. Pero porque nuestro cuerpo está depravado sin remedio, el Hijo de Dios no pudo hacerse hombre en realidad. No, sólo tomó la apariencia de un hombre, pero no era hombre en realidad. No murió en realidad, y no resucitó. Y ya que somos, según ellos, pecadores hasta el fondo, nosotros no podemos hacer nada para alcanzar la salvación. Más bien, somos salvos sólo por la gracia del Padre.25

Si usted todavía cree que tales maestros puedan haber sido cristianos también, note ahora lo que el apóstol Juan escribió acerca de ellos: “Porque muchos engañadores han salido por el mundo, que no confiesan que Jesucristo ha venido en carne. Quien esto hace es el engañador y el anticristo” (2 Juan 7). Los gnósticos eran los maestros que negaban que Jesús había venido en carne, y a ellos se refiere Juan. El los califica, sin lugar a dudas, de ser engañadores y anticristos.

De esta manera, si nuestra doctrina sobre la salvación fuera verdad, tuviéramos que enfrentarnos con la realidad inquietante que esta doctrina fue enseñada por los “herejes” y los “anticristos”. Sólo muchos años después fue adoptada por la iglesia.

Los primeros cristianos basaron su entendimiento de la salvación sobre los siguientes pasajes, y otros semejantes: “El que siembra para el Espíritu, del Espíritu segará vida eterna. No nos cansemos, pues, de hacer bien; porque a su tiempo segaremos, si no desmayamos” (Gálatas 6.8-9). “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo” (2 Corintios 5.10). “Porque sabéis esto, que ningún fornicario, o inmundo, o avaro, que es idólatra, tiene herencia en el reino de Cristo y de Dios” (Efesios 5.5). “Si sufrimos, también reinaremos con él; si le negáremos, él también nos negará” (2 Timoteo 2.12). “Procuremos, pues, entrar en aquel reposo, para que ninguno caiga en semejante ejemplo de desobediencia” (Hebreos 4.11). “Porque os es necesario la paciencia, para que habiendo hecho la voluntad de Dios, obtengáis la promesa” (Hebreos 10.36). “Ciertamente, si habiéndose ellos escapado de las contaminaciones del mundo, por el conocimiento del Señor y Salvador Jesucristo, enredándose otra vez en ellas son vencidos, su postrer estado viene a ser peor que el primero. Porque mejor les hubiera sido no haber conocido el camino de la justicia, que después de haberlo conocido, volverse atrás del santo mandamiento que les fue dado” (2 Pedro 2.20-21). Para otras Escrituras citadas por los primeros cristianos, véase la nota número 26 en las últimas páginas de este libro.

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