Un cambio en nuestro concepto de las riquezas

Primeramente, veamos una de las leyes revolucionarias de Jesús más desafiantes. Tiene que ver con lo que la mayoría de los humanos buscan: riqueza y prosperidad. Rara vez los gobiernos terrenales prohíben a sus ciudadanos que acumulen tesoros terrenales. No obstante, el gobierno de Jesús sí lo hace. Nuestro Rey nos ha mandado: “No os hagáis tesoros en la tierra, donde la polilla y el orín corrompen, y donde ladrones minan y hurtan; sino haceos tesoros en el cielo, donde ni la polilla ni el orín corrompen, y donde ladrones no minan ni hurtan” (Mateo 6.19–20).

¿Cómo? ¿No puedo acumular tesoros aquí en la tierra? ¿Por qué no? Jesús explica: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón” (Mateo 6.21). En el capítulo anterior vimos que Jesús no permitirá que sus súbditos lo releguen a un segundo plano en sus vidas. De hecho, él continuó diciendo: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mateo 6.24).

En resumen, Jesús tiene que ser nuestro único Señor. La mayoría de los gobiernos terrenales no se oponen a que nosotros sirvamos a las riquezas, con tal que también cumplamos con las obligaciones que ellos nos imponen. Sin embargo, en tiempos de guerra, hasta los gobiernos terrenales esperan que nosotros pongamos a nuestro país antes que nuestras preocupaciones materiales. El gobierno llama a los hombres a las filas del ejército sin importar el efecto que eso pueda tener sobre sus ingresos o negocios. En tales circunstancias, todas las cosas tienen que ocupar un segundo lugar ante los intereses nacionales.

Otra vez, el reino de Dios no es diferente; más bien, exige más que los gobiernos terrenales en lugar de menos. Y como ya he dicho, el reino de Dios vive tiempos de guerra continuamente. La búsqueda de las cosas materiales siempre estará en conflicto con los compromisos que el reino demanda de nosotros.

¿Significa eso que debemos renunciar a nuestros empleos o dejar nuestros negocios? No necesariamente. Jesús explicó:

Por tanto os digo: No os afanéis por vuestra vida, qué habéis de comer o qué habéis de beber; ni por vuestro cuerpo, qué habéis de vestir. ¿No es la vida más que el alimento, y el cuerpo más que el vestido? Mirad las aves del cielo, que no siembran, ni siegan, ni recogen en graneros; y vuestro Padre celestial las alimenta. ¿No valéis vosotros mucho más que ellas? ¿Y quién de vosotros podrá, por mucho que se afane, añadir a su estatura un codo?
Y por el vestido, ¿por qué os afanáis? Considerad los lirios del campo, cómo crecen: no trabajan ni hilan; pero os digo, que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió así como uno de ellos. Y si la hierba del campo que hoy es, y mañana se echa en el horno, Dios la viste así, ¿no hará mucho más a vosotros, hombres de poca fe?
No os afanéis, pues, diciendo: ¿Qué comeremos, o que beberemos, o qué vestiremos? Porque los gentiles buscan todas estas cosas; pero vuestro Padre celestial sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas. Mas buscad primeramente el reino de Dios y su justicia, y todas estas cosas os serán añadidas (Mateo 6.25–33).

Jesús no dijo que no podemos proveer cosas materiales para nosotros mismos y para nuestras familias. Pero sí dijo que tenemos que buscar primeramente el reino de Dios. Nuestros empleos y nuestros negocios tienen que ser relegados a un segundo plano si queremos permanecer en su reino.

¿Y qué nos promete Jesús si primeramente buscamos su reino? ¿Prosperidad material? No. Él simplemente nos promete que Dios proveerá nuestras necesidades primordiales: el alimento y el vestuario.

El gran cambio de valores

Cuando se trata de las posesiones materiales, el reino de Dios no sólo tiene leyes diferentes, sino que todos sus valores son completamente diferentes. “Bienaventurados vosotros los pobres, porque vuestro es el reino de Dios” (Lucas 6.20). La mayoría de nosotros nos hemos vuelto tan insensibles a las “Bienaventuranzas” que ni siquiera notamos la declaración revolucionaria y radical de Jesús en este versículo.

¿Es una bendición ser pobre? ¿Cuántos de nosotros creemos eso? Quiero decir, ¿cuántos realmente creemos eso? Por ejemplo, cuando pasamos por la casa de un cristiano pobre, acaso decimos en nuestro corazón: “¡Qué bendición! Fíjese cuánto Dios ha bendecido a esa familia.” Seamos honestos. Muy pocos de nosotros decimos algo así. Eso es porque realmente no creemos en nuestro corazón que la pobreza es una bendición.

En cambio, en incontables ocasiones algún cristiano me ha mostrado su casa hermosa y sus abundantes bienes, diciendo: “Vea lo que el Señor nos ha dado”. La próxima vez que alguien me diga eso, me veré tentado a contestar: “¿De veras? ¿Y por qué razón haría Dios algo así? ¿Tiene usted alguna idea de por qué Dios está en su contra?” ¿Cuándo despertaremos y le creeremos a Jesús? Él nos dice: “¡Ay de vosotros, ricos! porque ya tenéis vuestro consuelo” (Lucas 6.24). La prosperidad es una trampa, no una bendición. La pobreza piadosa es una bendición, no una maldición.

Estas verdades nos llevan a un cambio de paradigma tan radical como el que ocurre cuando nos damos cuenta de que la luz que vemos no es un barco, como creíamos, sino un faro en tierra firme. “Pero gran ganancia es la piedad acompañada de contentamiento; porque nada hemos traído a este mundo, y sin duda nada podremos sacar. Así que, teniendo sustento y abrigo, estemos contentos con esto. Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores” (1 Timoteo 6.6–10).

El pobre del reino en contraste con el pobre mundano

¿Quiere decir que si soy pobre automáticamente estoy en una posición favorable con Cristo? No. Porque ser pobre en sí no es suficiente. Podemos ser pobres y no por eso estar buscando primeramente el reino. En su Sermón del Monte, Jesús usó una expresión un tanto diferente de la usada en el Sermón de la Llanura registrado en Lucas 6. En el Sermón del Monte, él dijo: “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mateo 5.3). Esa expresión de “pobres en espíritu” no se usa en ninguna otra parte de la escritura. Muchos comentaristas modernos piensan que significa “desalentados” o “humildes”. Tal vez sea así.

Sin embargo, uno de los ancianos del segundo siglo de la iglesia primitiva, Clemente de Alejandría, la interpretó de una forma muy diferente. Él entendía que Jesús estaba diciendo: “Bienaventurados los que son pobres en sus almas”.1 Es decir, aquellos que, sin importar cuánto posean, sea mucho o poco, tienen sus almas desligadas de las cosas materiales. El hecho es que una persona puede ser pobre en lo material, pero ser muy codiciosa en espíritu. De hecho, la gran mayoría de los pobres de este mundo no son “pobres en espíritu”. El enfoque de sus almas no es el reino, sino las riquezas.

La pobreza de los mundanos no es algo que ellos escogen. Muchos pobres mundanos tienen sus corazones enfocados en obtener más cosas materiales. Ellos envidian a los ricos y a la clase media. De hecho, su deseo por las riquezas es tan fuerte que a menudo se endeudan para comprar lo que no pueden pagar. Algunos pobres mundanos son tramposos y hasta roban. Generalmente están atrasados en los pagos que se han comprometido a saldar. Este tipo de personas es capaz de abandonar la ciudad con tal de no pagar sus cuentas o declararse en bancarrota para que sus acreedores tengan que cargar con el muerto. Los pobres mundanos a veces están tan a favor del consumo de cosas llamativas como los ricos. O sea, ellos desean usar la ropa más elegante o manejar un auto llamativo. Lo cierto es que ellos son amantes del dinero al igual que los ricos.

Otro tipo de pobre mundano es simplemente el holgazán o irresponsable. Estas personas pueden dedicar poco tiempo a percibir ingresos, lo cual puede ser loable. Sin embargo, terminan siendo una carga para los demás; su iglesia, padres, amigos o el gobierno. (Ahora bien, yo no me refiero a las personas que no pueden trabajar, como es el caso de los ancianos, los enfermos y los discapacitados.) A menudo los holgazanes no tienen dinero porque lo derrochan en bebidas, juegos, cigarros, drogas y cosas por el estilo. Esos pobres mundanos que profesan ser cristianos hacen muy poco por el reino. Ellos no trabajan por las riquezas, pero tampoco trabajan para Cristo.

En cambio, la pobreza de los súbditos del reino sí es algo escogido. Algunos de los pobres del reino son cristianos que anteriormente fueron ricos, pero dieron su riqueza para ayudar a los necesitados. Otros ya eran pobres y siguen siendo pobres por decisión propia. Los pobres piadosos no son simplemente pobres en lo externo, sino también internamente. Los planes de su corazón tienen su enfoque en el reino, no en cómo adquirir más riquezas. Los pobres del reino no envidian a los más prósperos, ya que ellos de verdad creen que ser pobre es una bendición. En ese caso, ¿por qué envidiar a los ricos? Al fin y al cabo, son los ricos quienes se están perdiendo una bendición.

Los pobres del reino no son holgazanes, sino gente trabajadora. Según sus circunstancias, puede ser que ellos tengan que trabajar a tiempo completo para suplir las necesidades de sus familias. Ellos saben bien que las escrituras enseñan: “Si alguno no quiere trabajar, tampoco coma” (2 Tesalonicenses 3.10). Pero sea que trabajen a tiempo completo o no, también trabajan duro para el reino.

Los pobres del reino no son codiciosos. Ellos no compran cosas que no puedan pagar, ni tampoco adquieren bienes de consumo a crédito. Ellos hacen frente a sus compromisos, porque su “Sí” es “Sí” y su “No” es “No”. Los pobres del reino pueden dedicarse al evangelio y vivir de él; para Dios eso es honorable… siempre y cuando trabajen duro en el servicio de su Rey. Sin embargo, los pobres del reino no viven a expensas de sus padres, amigos, o instituciones de bienestar social. Ellos no son una carga para los demás.

¿Puede un rico ser “pobre en espíritu”?

Teóricamente, una persona puede tener una relativa abundancia de los bienes de este mundo y aun así ser “pobre en espíritu”. O sea, la riqueza es su siervo, no su amo. Pablo es un buen ejemplo de alguien que fue “pobre en espíritu”. Tal y como les dijo a los filipenses: “No lo digo porque tenga escasez, pues he aprendido a contentarme, cualquiera que sea mi situación. Sé vivir humildemente, y sé tener abundancia; en todo y por todo estoy enseñado, así para estar saciado como para tener hambre, así para tener abundancia como para padecer necesidad” (Filipenses 4.11–12). Ya fuera que tuviera mucho o poco, Pablo siempre estuvo desligado de sus bienes materiales. Él no vacilaba en renunciar a ellos cuando surgía la necesidad.

Sin embargo, incluso en su abundancia, dudo que Pablo alguna vez fuera rico. Además, todos debemos entender que es extremadamente difícil ser rico y a la vez “pobre en espíritu”. Como dijo Jesús: “Porque donde esté vuestro tesoro, allí estará también vuestro corazón”. Si tenemos un tesoro aquí en la tierra, nuestro corazón estará en ese tesoro. Estaremos preocupados por mantenerlo, y tendremos congoja por la idea de que pudiéramos perderlo. Por esa razón, Jesús dijo en otra ocasión: “Es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios” (Mateo 19.24).

Como vimos en el capítulo anterior, Jesús nos dijo claramente: “Cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Lucas 14.33). Obviamente, mientras más cosas tengamos que renunciar, más difícil nos será soltarlas. Podemos convencernos a nosotros mismos de que aún somos “pobres en espíritu”, pero no vamos a engañar a Jesús. Él sabe dónde está nuestro tesoro, aun cuando nosotros mismos no lo sabemos.

Las enseñanzas radicales de Jesús sobre las riquezas deben estremecer las almas de todos los cristianos norteamericanos. ¿Por qué? Porque somos la nación más rica sobre la faz de la tierra. De hecho, los Estados Unidos es la nación más rica en la historia de la humanidad. En el año 2002, los estadounidenses obtuvieron ingresos equivalentes a $36.300,00 por cada hombre, mujer y niño en los Estados Unidos.2 La mitad de las familias en los Estados Unidos devengan al menos $56.000,00 al año.3

Sin embargo, la típica familia norteamericana no se considera particularmente rica. Eso se debe a que su nivel de vida es más o menos el mismo que el de otras familias a su alrededor. Más bien, los norteamericanos a menudo se quejan de cuán difíciles son los tiempos y se lamentan de que el dinero no alcanza.

No obstante, un solo viaje a un país del tercer mundo es suficiente para que un norteamericano abra sus ojos y se dé cuenta de la inmensa riqueza que poseemos como nación. Nosotros los norteamericanos de verdad somos ricos, sea que lo admitamos o no. En la mayor parte del mundo, cualquier familia que perciba $56.000,00 al año sería considerada como una familia extremamente rica.

Como mencioné anteriormente, el ingreso per cápita actual en los Estados Unidos es de $36.300,00. En cambio, el ingreso per cápita en Rumania es de sólo $6.800,00 al año, menos de 1/5 del ingreso per cápita norteamericano.4

Sin embargo, el ingreso per cápita en Rumania es mayor que en la mayoría de los países del mundo; es aproximadamente dos veces mayor que el de Honduras, cuyo ingreso per cápita es de sólo $2.600,00 al año.5 Pero a su vez el ingreso per cápita de Honduras es más de dos veces mayor que el de Uganda, el cual sólo es de $1.200,00 al año.6 Y el de Uganda es más de dos veces mayor que el de Somalia que es de $550,00 al año.7 De modo que el ingreso per cápita de los norteamericanos es 66 veces mayor que el de los somalíes. Es decir, ¡en 5 1/2 días nosotros devengamos lo que un somalí típico gana en un año!

De modo que, ¿dónde nos ubica esto en lo que se refiere al reino de Dios? Nosotros los norteamericanos somos ricos, y Jesús dijo que “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el reino de Dios”. Contrario a lo que la mayoría de los cristianos piensan, las riquezas de los Estados Unidos no son una bendición de Dios. Equiparar la prosperidad material con la bendición de Dios es un vestigio del sistema de valores antiguo. Es una muestra de que no hemos hecho el cambio de paradigma necesario. En el reino de Dios, ¡los pobres son bendecidos y los ricos tienen que esforzarse para hacer pasar su camello por el ojo de una aguja!

¿Estamos nosotros los cristianos norteamericanos sin esperanza? No, por cuanto Jesús nos ha extendido el hilo de esperanza más fino. Cuando sus discípulos escucharon sus palabras sobre la dificultad de un rico para entrar en el reino, ellos se asombraron y preguntaron: “¿Quién, pues, podrá ser salvo? Y mirándolos Jesús, les dijo: Para los hombres esto es imposible; mas para Dios todo es posible” (Mateo 19.25–26).

Así que hay esperanza para los ricos, gracias a la intervención de Dios. Pero nosotros los norteamericanos sólo nos engañamos a nosotros mismos si pensamos que todos vamos a apretujarnos para pasar por esta excepción estrecha. Si queremos entrar en esta excepción, definitivamente tendremos que asegurarnos de estar cumpliendo, muy al día, todo lo que Jesús nos presentó como el enfoque primordial de sus valores:

Entonces el Rey dirá a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, heredad el reino preparado para vosotros desde la fundación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; fui forastero, y me recogisteis; estuve desnudo, y me cubristeis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a mí. (…) De cierto os digo que en cuanto lo hicisteis a uno de estos mis hermanos más pequeños, a mí lo hicisteis (Mateo 25.34–36, 40).

Según este pasaje, hay buenos usos para el dinero, usos con valor eterno: alimentar, vestir, proteger y visitar a los enfermos, a los pobres y a los encarcelados. Y si nosotros los prósperos cristianos norteamericanos queremos permanecer en el reino de Dios, estos ministerios de beneficio para otros deben ser aspectos primordiales de nuestro enfoque, así como lo son para Jesús.

Me resulta extraño que entre los cristianos creyentes de la Biblia, servir a los pobres a menudo es visto como un ministerio inferior. Si usted no está salvando almas, muchos dirían que esencialmente su ministerio carece de valor. Sin embargo, en el reino permitimos que Jesús sea quien decida lo que es valioso y lo que no lo es. Y él dice que ayudar a los pobres es un ministerio primordial. De hecho, él dice que será un factor decisivo a la hora de saber quién hereda el reino y quién no. Compartir con los pobres es tan importante como predicar el evangelio de Jesús.

Autoexamen

La mayoría de los cristianos norteamericanos afirman que el reino verdaderamente ocupa el primer lugar en sus vidas. “Por supuesto, poseo un tesoro considerable aquí en la tierra. Pero eso no significa nada para mí. Mi corazón tiene su enfoque en Jesús, no en estos tesoros terrenales”. Eso es lo que la mayoría de nosotros decimos, ¿no es cierto?

Tal vez eso sea lo que usted mismo afirma. Y quizá sea la verdad. Pero el corazón del hombre es engañoso. Es por ello que todos debemos hacernos un autoexamen profundo para determinar qué realmente es el enfoque de nuestro corazón. A continuación notemos algunas preguntas simples que pueden ayudarlo en ese empeño.

Si es el sostén de la familia, tome una hoja de papel y escriba:

  • La cantidad de horas que usted pasa cada semana trabajando por un salario, incluyendo el tiempo del viaje diario al trabajo.
  • La cantidad de horas que usted invierte cada semana limpiando, manteniendo, comprando y ocupándose de los bienes materiales.
  • La cantidad de horas que usted dedica cada semana a los intereses del reino. Me refiero a actividades tales como testificar, visitar a los enfermos, alimentar y vestir a los pobres, el estudio de la Biblia, la oración, el compañerismo con otros, y otras actividades destinadas a suplir las necesidades espirituales de su familia o extender el reino de Dios.
  • Ahora compare la cantidad de horas que usted pasa cada semana en los intereses del reino con la cantidad de horas que usted pasa cada semana percibiendo y ocupándose de las cosas materiales. ¿A qué dedica usted la mayor parte de su tiempo? Obviamente, un trabajo secular es necesario para satisfacer las necesidades de la vida. Pero, ¿creemos que podremos convencer a Jesús de que sólo estamos trabajando para satisfacer las necesidades de la vida, y no para mantener el placentero estilo de vida norteamericano?

    ¿Qué tiene prioridad cuando hay un conflicto entre nuestros compromisos laborales y los del reino? ¿Requiere nuestro empleo que faltemos a la iglesia con frecuencia? ¿Será que nuestro trabajo nos deja demasiado cansados como para hacer algo de valor en el reino de Dios? ¿Creemos nosotros que nuestro compromiso con el reino se encuentra al día si hablamos diez minutos diarios con el Rey y su Padre?

    Si es ama de casa, usted podría hacerse las siguientes preguntas:

  • ¿Estaría yo satisfecha si mi esposo ganara solamente para satisfacer las necesidades de la vida, o tiene él que proveer mucho más para mantenerme contenta?
  • ¿Gasto yo más dinero del que mi esposo gana?
  • ¿Me quejo con mi esposo de la falta de dinero?
  • ¿Qué porcentaje de los bienes materiales en nuestro hogar son artículos a los que yo me aferro, en lugar de ser artículos a los que se aferra mi esposo?

    El esposo a menudo lleva la peor parte del materialismo de su esposa. Por lo general, el materialismo de su esposa lo obliga a trabajar más horas o cambiarse a un empleo mejor pagado, pero un empleo que destruye su vida espiritual. Ella puede quejarse de los extensos horarios de trabajo de su esposo; pero, ¿no será que sus gastos y sus supuestas necesidades lo están llevando a trabajar tantas horas?

    Por lo tanto, si usted es una esposa cristiana, asegúrese de estar poniendo los intereses del reino en primer lugar. Si de verdad usted es una cristiana del reino, asegúrese de que su esposo sepa que usted está satisfecha con poder cubrir las necesidades básicas de la vida. Pero no lo diga simplemente con palabras; demuéstrele que es así por medio de su manera de vivir, su manera de usar el dinero, y lo que pide.

    Esto es sólo el comienzo

    Sólo esta enseñanza de Jesús exige todo un cambio de paradigma, ¿verdad? En el reino de Dios, el valor de las cosas materiales es totalmente distinto al que tienen en este mundo. Pero el aspecto de la riqueza es sólo el comienzo. Hay mucho más cambios de valores que tenemos que hacer para conformarnos al reino de Dios.

    Sin embargo, no se desespere. Jesús nunca nos exige sino aquellas cosas que él sabe que podemos hacer por medio de su poder.

    Notas finales

    1  Clemente de Alejandría, Who Is the Rich Man Who Shall Be Saved?(¿Quién es el rico que se salvará?), 14; ANF, Tomo II, 595.

    2  Infoplease: “Economic Statistics by Country, 2001,” http://www.infoplease.com/ipa/A0874911.html.

    3  Fuente: Bureau of Census, http://factfinder.census.gov/servlet/BasicFactsServlet.

    4  Infoplease.

    5  Infoplease.

    6  Infoplease.

    7  Infoplease.

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