¿Has hecho ya el compromiso del reino?

Cuando los extranjeros desean hacerse ciudadanos de los Estados Unidos de América, se les pide que presten el siguiente juramento:

Por este medio, declaro, bajo juramento, que renuncio y abjuro total y completamente toda lealtad y fidelidad a cualquier príncipe, potentado, estado o soberanía extranjera de quien o del cual hasta ahora haya sido súbdito o ciudadano; que apoyaré y defenderé la Constitución y las leyes de los Estados Unidos de América contra todos los enemigos, extranjeros y nacionales; que mantendré una verdadera fe y alianza a la misma; que portaré armas en nombre de los Estados Unidos cuando la ley lo requiera; que realizaré servicios no combatientes en las fuerzas armadas de los Estados Unidos cuando la ley lo requiera; que realizaré trabajos de importancia nacional cuando la ley lo requiera; y asumo este compromiso libremente sin ninguna reserva mental o propósito de evasión; por lo cual ayúdame Dios.1

Los Estados Unidos, como la mayoría de los gobiernos, no les permite a los que desean hacerse ciudadanos mantenerse leales a su país de procedencia. Los ciudadanos naturalizados no pueden afirmar que su lealtad y fidelidad pertenecen a los Estados Unidos mientras guarden lealtad a algún gobierno extranjero. El gobierno no permite eso, sino que pide una lealtad completa de cualquiera que solicite la ciudadanía.

Asimismo, no debe extrañarnos que Jesús el Rey exija una lealtad similar de los que solicitan la ciudadanía en su reino. De hecho, él demanda un grado de lealtad aun mayor: “El que ama a padre o madre más que a mí, no es digno de mí; el que ama a hijo o hija más que a mí, no es digno de mí. (...) El que halla su vida, la perderá; y el que pierde su vida por causa de mí, la hallará. (…) El que no es conmigo, contra mí es; y el que conmigo no recoge, desparrama. (…) Así, pues, cualquiera de vosotros que no renuncia a todo lo que posee, no puede ser mi discípulo” (Mateo 10.37–39; 12.30; Lucas 14.33).

Los Estados Unidos no les exige a las personas que renuncien a todo lo que tienen para adquirir la ciudadanía. Sin embargo, Jesús sí lo demanda de los ciudadanos de su reino. En su reino, no puede haber lealtades divididas. Jesús no se quedará relegado a un segundo plano por parte de nadie ni nada. Él exige todo o nada. Precisamente es por esa razón que Jesús nos dice que calculemos el costo antes de sumarnos a su reino. “Porque ¿quién de vosotros, queriendo edificar una torre, no se sienta primero y calcula los gastos, a ver si tiene lo que necesita para acabarla? No sea que después que haya puesto el cimiento, y no pueda acabarla, todos los que lo vean comiencen a hacer burla de él, diciendo: Este hombre comenzó a edificar, y no pudo acabar” (Lucas 14.28–30). Jesús no desea que comencemos algo que no vamos a terminar. “Ninguno que poniendo su mano en el arado mira hacia atrás, es apto para el reino de Dios (Lucas 9.62).

Si realmente entendemos el reino y comprendemos lo que significa, el mismo será más valioso para nosotros que cualquier otra cosa que poseemos. “Además, el reino de los cielos es semejante a un tesoro escondido en un campo, el cual un hombre halla, y lo esconde de nuevo; y gozoso por ello va y vende todo lo que tiene, y compra aquel campo. También el reino de los cielos es semejante a un mercader que busca buenas perlas, que habiendo hallado una perla preciosa, fue y vendió todo lo que tenía, y la compró” (Mateo 13.44–46).

En realidad, en tiempos de guerra, hasta los gobiernos terrenales esperan que sus ciudadanos pongan primero la lealtad a su país antes que cualquier otra lealtad, incluyendo la lealtad a sus propias familias. En tiempos de guerra a veces sucede que los padres e hijos pelean en bandos contrarios, y los soldados matan a sus propios hermanos. De hecho, durante la guerra, los reinos terrenales esperan que sus ciudadanos den sus vidas, si es necesario, por el bien de su país. Cualquier gobierno verdadero espera este tipo de lealtad de sus ciudadanos.

Jesús no espera menos. ¿Por qué? Porque su reino es un reino verdadero. Y a diferencia de los reinos terrenales, el reino de Dios siempre está en guerra (véase Efesios 6.12). Jesús dijo: “No penséis que he venido para traer paz a la tierra; no he venido para traer paz, sino espada. Porque he venido para poner en disensión al hombre contra su padre, a la hija contra su madre, y a la nuera contra su suegra; y los enemigos del hombre serán los de su casa” (Mateo 10.34–36).

Jesús exige de sus ciudadanos el mismo nivel de lealtad, amor y entrega que los patriotas fervientes le dan a su país en tiempos de guerra, por no decir mayor. Ser un ciudadano del reino de Dios no es una diversión ni un juego; es algo serio. “El que ama su vida, la perderá; y el que aborrece su vida en este mundo, para vida eterna la guardará” (Juan 12.25).

La obediencia

Durante la Segunda Guerra Mundial, el gobierno de los Estados Unidos racionó una gran cantidad de artículos. El caucho fue lo primero en ser racionado. Luego le siguió la gasolina. Al poco tiempo, el gobierno comenzó a racionar el azúcar, el café, las carnes, la mantequilla, los alimentos enlatados, las arvejas y los frijoles secos, y una variedad de otros productos. Al final, el gobierno racionó o limitó incluso artículos como los zapatos y la ropa.2

Ahora bien, supongamos que un supuesto patriota ferviente hubiera sido sorprendido robando gasolina de la refinería del pueblo para no tener que sufrir la inconveniencia del racionamiento en tiempos de guerra. ¿Qué habría pensado la gente de esa persona? ¿Qué habría sucedido si la misma persona hubiera violado otras leyes de tiempos de guerra? ¿Acaso alguien lo habría considerado un verdadero patriota? ¡Jamás! Lo habrían considerado un hipócrita, un impostor, y hasta un traidor.

En el reino de Cristo no es diferente. Jesús ha promulgado varias leyes y mandamientos, y todas sus leyes son leyes de tiempos de guerra. Cuando violamos sus leyes, demostramos ser traidores. Demostramos que no sentimos amor verdadero por nuestra nueva nación. Queremos disfrutar de los beneficios de vivir bajo su gobierno, pero no deseamos enfrentar ningún tipo de dificultad o inconveniencia. Jesús conoce bien cualquier patriotismo falso que quiera infiltrarse en su reino, cualquier amor fingido por él.

¿De verdad tiene leyes el reino de Dios?

Probablemente a usted le hayan dicho que no hay leyes para los cristianos. Muchos predicadores dicen: “Ya no tenemos mandamientos; eso fue bajo la ley mosaica. Estamos bajo la gracia, no bajo la ley.” Si ese es el caso, por favor, explique estas declaraciones de Jesús:

Si me amáis, guardad mis mandamientos. (…) El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ése es el que me ama; y el que me ama, será amado por mi Padre, y yo le amaré, y me manifestaré a él. (…) El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él. El que no me ama no guarda mis palabras (…). Si guardareis mis mandamientos, permaneceréis en mi amor; así como yo he guardado los mandamientos de mi Padre, y permanezco en su amor. (…) Vosotros sois mis amigos, si hacéis lo que yo os mando. (Juan 14.15, 21, 23–24; 15.10, 14).

¿Acaso no tenemos mandamientos? ¿Sólo la gracia? Según Jesús, ¡no es así! Y su opinión es la única que cuenta. Donde no hay leyes ni mandamientos, no hay reino. Y donde no hay reino, no hay Jesús. Cualquier teología o sistema hermenéutico que invalide las palabras claras de Jesús no es de Cristo. Jesús se pasó la noche antes de su muerte repitiéndoles una y otra vez a sus discípulos que guardaran sus mandamientos, ¡y no lo hizo sólo para luego decirles que en realidad no hay nada que guardar!

Edificando sobre la Roca

Casi al final de su Sermón del Monte, Jesús nos advirtió: “Muchos me dirán en aquel día: Señor, Señor, ¿no profetizamos en tu nombre, y en tu nombre echamos fuera demonios, y en tu nombre hicimos muchos milagros? Y entonces les declararé: Nunca os conocí; apartaos de mí, hacedores de maldad” (Mateo 7.22–23). De modo que Jesús dijo que rechazaría a cualquier creyente profeso que hiciera maldad. Los hacedores de maldad son los cristianos profesos que rehúsan ya sea reconocer las leyes y mandamientos de Jesús o vivir por ellos.

Jesús concluyó su sermón diciendo: “Cualquiera, pues, que me oye estas palabras, y las hace, le compararé a un hombre prudente, que edificó su casa sobre la roca. Descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y golpearon contra aquella casa; y no cayó, porque estaba fundada sobre la roca. Pero cualquiera que me oye estas palabras y no las hace, le compararé a un hombre insensato, que edificó su casa sobre la arena; y descendió lluvia, y vinieron ríos, y soplaron vientos, y dieron con ímpetu contra aquella casa; y cayó, y fue grande su ruina” (Mateo 7.24–27).

Estas palabras son muy claras, ¿verdad? La única manera para edificar sobre la roca es hacer las cosas que Jesús enseñó. Si no hacemos lo que él enseñó, edificamos sobre la arena. ¡Así de sencillo!

Los valores del reino

Mientras crecía durante la década de los cincuenta, a menudo escuché a la gente hablar acerca del “sistema americano”. El “sistema americano” se refería al sistema de valores norteamericanos, en contraste con los valores de los comunistas. Entre los valores norteamericanos están una fuerte creencia en la libertad de religión, la libertad de opinión, la libertad de prensa, un proceso judicial justo y la elección de representantes que sean responsables al pueblo.

Igualmente, existe el “sistema del reino”. El reino de Jesús trae consigo su propio sistema de valores. En los capítulos siguientes, analizaremos algunas de las leyes del reino que se basan en estos valores. Ahora bien, la mayoría de personas sentirán que estos valores del reino están al revés. La razón es que muchos de ellos son exactamente lo opuesto de los valores humanos que conocemos. Pero lo más importante que debemos recordar acerca de estos valores del reino es que están arraigados en la eternidad. Y las cosas adquieren características totalmente diferentes cuando se someten a la luz de la eternidad.

Esto es parecido a las características cambiantes de la sustancia química H2O a diferentes temperaturas. Cuando esta sustancia se encuentra a temperaturas por encima de 0 ºC (y por debajo de 100 ºC), la llamamos agua. En ese estado es un líquido que puede pasar a través de un tubo. Cualquiera puede beberlo o nadar sumergido en él. Sin embargo, por debajo de 0 grados, el H2O adquiere características totalmente diferentes. Todas sus propiedades cambian drásticamente. Lo que antes se podía beber, ahora se puede comer. Donde antes uno podía sumergirse y nadar, ahora se puede parar y caminar.

Lo mismo sucede cuando se trata de la eternidad. Todas las cosas (las posesiones, los talentos, las actividades y los valores) adquieren características totalmente nuevas cuando son consideradas en vista de la eternidad. Las cosas que son una bendición desde el punto de vista terrenal a menudo se convierten en una maldición cuando son vistas a través del prisma de la eternidad. En el reino, la eternidad no es lo principal; es lo único. En fin de cuentas, todo lo demás es irrelevante.

Y esa es la razón fundamental por la cual debemos esperar que las leyes y los valores de este reino sean diferentes, o sea, revolucionarios. Estas son las leyes y los valores de la eternidad. ¡Es de esperar que sean diferentes a los de la tierra!

El gran cambio de paradigma

Vivir y operar en el reino de Dios requiere un cambio radical de paradigma. La palabra paradigma significa “un modelo o patrón”. También puede significar un concepto general o la suma de todas nuestras suposiciones, que nos permiten entender (o malentender) un suceso específico, una serie de eventos o la vida en general. En nosotros se produce un cambio de paradigma cuando, después de pensar que entendíamos la realidad de algo, descubrimos que es otra.

Por ejemplo, uno de los cambios de paradigma más conocidos en la ciencia tuvo lugar cuando Copérnico formuló la hipótesis de que la tierra y los demás planetas giran alrededor del sol. Una vez que los científicos aceptaron el modelo heliocéntrico de Copérnico, tuvieron que cambiar muchas de sus suposiciones anteriores acerca de los movimientos de la tierra. Igualmente, cuando Louis Pasteur y otros científicos descubrieron que los microbios causan enfermedades, la práctica de la medicina sufrió alteraciones radicales.

El escritor Frank Koch ofrece un ejemplo excelente de un cambio de paradigma en una historia relatada en Proceedings, la revista del Instituto Naval de los Estados Unidos:

Durante varios días, dos acorazados asignados al escuadrón de entrenamiento habían estado realizando maniobras bajo condiciones climáticas desfavorables. Yo me encontraba prestando servicios en el acorazado guía, y estaba de vigilante en el puente de mando cuando cayó la noche. Había poca visibilidad y nubes de neblina, por lo que el capitán se mantenía en el puente de mando observando todas las actividades.
Poco después de haber oscurecido, el centinela que se encontraba en el ala del puente de mando reportó:
—Se observa una luz a estribor.
—¿Está fija, o se mueve hacia la popa? —gritó el capitán.
El centinela respondió:
—Fija, capitán.
En ese caso, íbamos rumbo a una peligrosa colisión con aquel barco.
Entonces el capitán llamó al encargado de la comunicación por señales y le dijo:
—Comuníquele a aquel barco: “Nos encontramos rumbo a una colisión. Les aconsejamos que cambien su rumbo 20 grados.”
Entonces recibimos señales que decían: “Es aconsejable que ustedes cambien su rumbo 20 grados”.
El capitán dijo:
—Envíele lo siguiente: “Yo soy capitán; cambie su rumbo 20 grados”.
“Yo soy un marinero de segunda clase,” fue la respuesta. “Será mejor que usted cambie su rumbo 20 grados.”
A estas alturas, el capitán estaba furioso.
—Envíele lo siguiente —el capitán escupía las palabras—: “Yo soy un acorazado. Cambie su rumbo 20 grados.”
Y entonces recibimos el mensaje de destellos: “Yo soy un faro en tierra firme”.

Nosotros cambiamos el rumbo.3

¡El cambio de paradigma necesario para entrar y permanecer en el reino es así de radical! Una vez ciudadanos del nuevo reino, descubrimos que muchos supuestos barcos en realidad son faros. Si verdaderamente somos ciudadanos del reino, toda nuestra cosmovisión cambia.

Éstas no son simplemente “Ideas de inspiración para el día”

Deseo hacer un último comentario antes de que notemos algunas de las leyes revolucionarias y valores “al revés” del reino de Dios. La mayoría de nosotros hemos escuchado estas enseñanzas de Jesús tantas veces que prácticamente nos hemos vuelto insensibles a su verdadero mensaje. Las enseñanzas revolucionarias de Jesús han sido reducidas a clichés, frases trilladas e “ideas de inspiración para el día”. Hablamos, pues, de las “bienaventuranzas”, de la “regla de oro” y de “ir la segunda milla”. Algo bueno en que pensar, pero nada para tomar muy en serio o muy al pie de la letra.

Cuando Jesús predicó acerca de las bienaventuranzas a la multitud que se acercó a escucharlo aquel día, él no estaba recitando una poesía. Su deseo no era que ellos regresaran a sus hogares y hablaran de las palabras bonitas que él les había compartido. No, él deseaba desafiarlos hasta lo más profundo de sus almas. Él quiso darles un nuevo conjunto de valores y leyes, además de una nueva vida.

En las páginas que aparecen a continuación, estaremos analizando detenidamente algunos de los nuevos valores y leyes desafiantes del reino. Sin embargo, no las vamos a moderar ni trataremos de dar explicaciones para reducirlas a nada. Las tomaremos tal y como vengan. ¿Habrá quienes resulten ofendidos por las leyes de Jesús? ¡Desde luego!

Notas finales

1  De la “Bureau of Citizenship and Immigration Services,” en www.immigration.gov/graphics/aboutus/history/teacher/oath.htm.

2  “Florida During World War II,” http://www.floridamemory.com/OnlineClassroom/FloridaWWII/history.cfm.

3  Frank Koch, Proceedings, citado por Stephen Covey en The 7 Habits of Highly Effective People (New York: Simon & Schuster, 1989), 33.

Leer Capítulo 5 -- Un cambio en nuestro concepto de las riquezas

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